¡CHAU MISTERIX!

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Por Damián Faccini

Jugando a ser “grandes”

Hace más de diez años asistí con pavor a un proceso de armado de una obra que, actuada por adultos, pretendía contar el desarrollo de sus personajes que como niños, poco a poco iban sufriendo los problemas de los “grandes”. Digo pavor porque fue lo que mis compañeros de teatro en el trabajo creativo de la búsqueda y casí imposible construcción posterior del personaje, sintieron. Resultaba difícil desde el vamos plantearnos como niños con tanta carga adulta; entender que más allá del juego que el hecho dramático supone, no se trataba precisamente de un juego encarar tamaña tarea. Había que desnudarse frente a los espectadores más allá de los límites, llegar al ridículo sin la comodidad de pasar por el clown, exponerse como siempre, pero como nunca.

Cuando la luz cae prácticamente plena sobre los actores en un escenario despojado de todo tipo de referencia escenográfica, Rubén y Titi dialogan en lo que en principio nos resulta un tono “más arriba” de lo normal, cuasi grotesco y hasta incómodo. Es lógico ya todavía no hemos advertido que aquel adulto vestido como un boy scout y aquella mujer de look infantil son en realidad: “un nene y una nena” en el camino a la pubertad. Ahora entramos en el código y un personaje más se suma. Otro hombre también de pantalones cortos y ropa pasada de moda que por el contrario, es el más moderno de los tres dado que la obra transcurre en los años cincuenta y su vestimenta definitivamente, “está a la moda”. Un poco más tarde se suma otra mujer / niña de tipo presumida e ingenuamente sensual, que termina por conformar este popular cuarteto de niños de barrio.

La pieza cobra entonces una dimensión intensa. Los cuatro actores se han convertido en niños y no hay nada que se pueda hacer para quitarnos de la cabeza como espectadores esa idea. Por más que nos planteamos una y otra vez: “espera…son actores haciendo de chicos”, es imposible. El trabajo de dirección y actuación es increíblemente verosímil.

La historia nos cuenta de manera muy graciosa algo de cada personaje aunque la misma gira en torno a Rubén. El chico “gordito” del grupo, al que no le gustan los deportes, nene de mamá; que usa lentes “culo de botella” y que pareciera fracasar en todo y con todo salvo en (y aquí Kartun hace de las suyas) un idílico sueño de historieta donde es él, el verdadero poderoso y los demás sus dependientes. No es extraño que este cambio nos conmueva, no sólo por el magnífico reto al cual enfrentan y superan los actores en la composición de nuevos personajes (que siguen actuando como verdaderos niños) sino porque Rubén está mucho más cerca del prototípico “bullying” que se cobra en su presente ideal, el presente que tanto lo acosa.

En medio de un mar de deseo, de frases de aquellos tiempos y rituales típicos de época se cuenta una historia que aunque esperamos nos golpee bajo en cualquier momento, astutamente es replanteada por la pluma excelsa del autor cuando el bajón parece inevitable. Y aquí descubrimos una dura realidad: ¡Es increíble lo terriblemente adultos que somos”! No nos permitimos jugar con estos chicos ni un rato. Queremos lo triste, la muerte, el dolor cuanto antes y ahora mismo, pero los personajes nos dan vuelta la cara y nos muestran que todavía se puede jugar a la rayuela, improvisar un baile, hacer jueguito con una pelota de básquet y tomarse una Bidu Cola como si el tiempo no pasara nunca, como si todo en la vida fuera eso y nada más y nada menos…que eso.