Arañando la noche

Por Rómulo Berruti

Sumándose a esta resurrección del musical en Buenos Aires -que sigue una tendencia mundial- en el Maipo (¿dónde si no?) también acaba de renacer Rita la Salvaje.

Rita la salvaje. Comentario del estreno en el Teatro Maipo.

Sumándose a esta resurrección del musical en Buenos Aires -que sigue una tendencia mundial- en el Maipo (¿dónde si no?) también acaba de renacer Rita la Salvaje. Como La Raulito aquí, esta striper vive en el imaginario colectivo de Rosario. En los cincuenta, sus audacias sorprendieron inclusive en Pichincha -que no es una calle como insiste el guión sino una zona roja de esa ciudad- porque afrontaba el desnudo completo, el “ventilador” haciendo girar sus pechos, y el caramelito, dulce premio que había que retirar con los dientes y no precisamente de una caramelera. A fines de los sesenta, acompañando como amigo de la casa a una gira del Maipo, pude verla en escena (esa noche no se ofrecía la golosina) en un cabaret donde el elenco hacía el célebre “doblete”: una minifunción después de la del teatro. Golpeada por el boomerang de la vida que eligió, tuvo varias internaciones psiquíatricas y hoy a los ochenta, vive precariamente en la misma lengendaria Pichincha. Asistió a la noche del debut y tuvo su propio, conmovido aplauso.

Sin atenerse a la biografía más o menos estricta (como bien lo explican en el programa de mano) los autores Gonzalo Demaría como responsable del libreto y Ricky Pashkus de la coreografía y dirección general tomaron la médula de la historia y lo más fuerte del personaje para construír un espectáculo de gran solidez visual aunque desparejo en sus logros. En tanto Renata Schussheim volvió a sorprender con la calidad de su vestuario que remata en un glorioso final todo resuelto en blanco y la escenografia de Jorge Ferrari atrapa con su buen gusto y funcionalidad, el libro hace agua por varios costados. No es nada fácil -y se nota- reconstruír ese mundo marginal y escatológico sin haberlo conocido. Resultan débiles los cuadros de letra y muy forzadas las metáforas de las canciones, exceptuando dos: La primera vez y Juntas, bien escritas y con una partitura deliciosa del gran Alberto Favero.

Dos horas con un intervalo permiten el lucimiento de la protagonista, Emme -hija de Lito Vitale- que dá el tipo justo, asume el papel con mucha autoridad y sobre todo, consigue hacerlo tosco y guarango, cabaretero y soez de a ratos aunque no en el desnudo total, demasiado estatuario y elegante para la Salvaje. Pero lo suyo funciona. En cambio, una notable actriz como Lidia Catalano no resulta creíble como la Rita de hoy. Su línea de actuación no es la más propicia para este desafío y aunque su calidad le permite acumular cierto saldo a favor, cuando Juana González, la Rita verdadera, dijo tres palabras en el cierre, el abismo quedó abierto. También es bueno el trabajo de Héctor Malamud en el cómico-empresario-proxeneta-rascún de tabladillo, al cual dotó de mucho histrionismo. En un equipo que en general funciona, dejo para el final a la estupenda Mirta Wons, desdoblada en la médica de Rita y en La Tigra, atorranta veterana: sin mayor esfuerzo se queda con varias escenas a pura intención y talento. Igualmente se hacen ver Emilio Bardi (poco aprovechado), Esteban Meloni y Martín Slipak.

Los rubros son muchos, la gente también. Rita la Salvaje es una muy buena idea que ganaría aligerándola un poco. Pero quienes se hayan prendado del excelente afiche publicitario, uno de los mejores de los últimos tiempos, verán a esa señorita tal como la fantasean. Y esto no es poca cosa.-