Doña Disparate y Bambuco

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Por Fabián D´Amico

Texto inoxidable, puesta tradicional, mucho juego y la presencia arrolladora de Georgina Barbarrosa en un clásico de María Elena Walsh.

En 1963, Doña Disparate y Bambuco cobran vida en el escenario del Teatro San Martín, para seguir vivos en la memoria de varias generaciones, que son testigos de varias reposiciones.

Seres mágicos que hacen viajes imaginarios en un tranvía que los lleva al país del no me acuerdo, y en un trayecto interminable arriban al Louvre y se encuentran con La Gioconda y su marido el Mono Liso. Personajes entrañables y queribles son vislumbrados por el dúo en camino hacia “la naranja”, objeto de deseo y de pregunta constante de Bambuco. Personas que pasean perros que no se ven, niños que juegan en la vereda de su casa, padres tranquilos y felices en ver a sus criaturas crecer libres y sin más preocupaciones que la de ocuparse de sus juegos y en especial una Reina de un río que arroja peces a la platea , Doña Disparate que cocina y come metequetes, tan deliciosos como ficticios, para la hora del té y una vieja y cansina tortuga embellecida en París.

Un mundo feliz y de juego que crea María Elena Walsh para quienes la mente, los sueños y los juegos son los elementos más importantes de la vida sin sospechar que décadas más tarde la tele, el celular, la tablet ocuparían, en muchos aspectos, el lugar de la imaginación a la hora de jugar.

Lo importante de esta nueva versión- reducida de la presentada en el Cultural 25 de Mayo- es el centro de interés en lo lúdico. Una plena libertad de acción en los niños de la sala que cantan junto a los actores (y los padres lo hacen con más entusiasmo que los chicos), el parase en su lugar y bailar y advertirle a los personajes cuál es el peligro que corren ante alguna adversidad, es un feliz volver al pasado, donde lo mágico lo causaba el hecho teatral vivo- y no las acciones desenfrenadas y en casos violentas que nacen en una pantalla tecnológica-.

Una escenografía cercana a los antiguos cuadernillos de pintar con colores y temperas –ya casi olvidados-, una festiva coreografía que invita a moverse junto a los bailarines y el dúo protagónico efectivo son coordinados y materializados por Barabarrosa- como co directora- y un experimentado director en este tipo de discurso teatral tradicional como lo es Rubén Cuello (responsable de la última puesta en escena de El diluvio que viene).

Georgina Barbarrosa tiene un poder de seducción que va más allá de la edad de la audiencia. Su presencia, su ángel y espontaneidad atrapa a los chicos quien ven en ella no a una actriz sino a Doña Disparate- excelente diseño del vestuario de Georgina-. Marcelo Durán (quien al finalizar la función se le agradece su ayuda ya que es un reemplazo de Jorge Maselli, el verdadero protagonista) tiene una química perfecta con Barbarrosa y se denota su origen de bailarín. El acotado cuerpo de baile- el escenario es reducido- cumple con las expectativas de su función, destacándose del mismo Rosana Laudini como cantante.

Texto inoxidable, puesta tradicionalista y conservadora, protagonista de lujo para esta nueva reposición de un clásico infantil que atrapará por siempre a quien la vea.