Educando a Rita

Por Fabián D´Amico

Inteligente pieza que combina humor y drama, con buenas actuaciones y acertada puesta y dirección.

Tanto en el ámbito teatral, como en el cinematográfico, los grandes autores han sido fuente de inspiración a la hora de elaborar un nuevo proyecto. Bernad Shaw, con su obra Pygmalion, ha dado material para que autores, directores, músicos, en fin, infinidad de artistas, puedan contar de infinitas maneras, la historia de transformación (y de amor) entre una simple muchacha y un erudito profesor.
Will Russel toma esta obra y realiza un versión libre pero con mucho del espíritu de Shaw. Manteniendo el eje central de la historia en los dos personajes centrales, elabora una comedia dramática con más de una lectura. La relación entre una joven peluquera que intenta ampliar sus conocimientos y un profesor universitario, más afecto al alcohol que a su carrera académica, puede ser apreciada por la audiencia como lo que es, una comedia por momentos brillante y en otros, dramática; o bucear en aguas un poco más profundas, gracias a la perfecta descripción psicológica y social que Russel hace de sus criaturas. El autor, no se conforma solo con mostrar las situaciones por las cuales estos dos seres marginados transcurren su existencia (uno con la necesidad de ser quien no es y el otro por dejar de ser quien es). Describe, desde el encierro de la oficina que el profesor tiene en la universidad y a la cual acude periódicamente la joven, la sociedad que los contiene pero que no los incluye. Diálogos plagados de típico humor inglés, entre inocente e irónico, se enfrentan y a la vez conviven con escenas de alto impacto emotivo. La lucha de los personajes dentro de la obra, está perfectamente delineada y llega de manera intensa a la platea. La estudiante ansía encontrar en esa oficina caótica, plagada de libros y alcohol, "un lugar donde poder respirar”, que la aleje de las conversaciones banales de la peluquería. El profesor, que debe intentar que su alumna progrese, pero teme que ésta, pierda la sabiduría, nada académica, que le brindó la calle, el barrio, la vida. Una relación que un punto, deja de ser meramente profesional y toma otros matices.
Eugenio Zanetti, en su rol de director, encontró un tono justo (y un ámbito escénico adecuado) para conducir a estos erráticos y perdidos personajes por el buen sendero. Con un comienzo de abierta comedia, hasta el crescendo dramático del final de la pieza, se aprecia un trabajo de dirección que evita golpes efectistas y lugares comunes a la hora de la emoción, centrando su labor en destacar el costado humano que tiene cada personaje.
Víctor Laplace, en rol que le es casi propio (interpretó al Profesor Higgins, homónimo de este personaje en la versión musical de Pygmalion, "Mi Bella dama”) se maneja con total soltura. Desde el sarcástico humor del personaje, hasta sus más oscuros momentos son capitalizados por el actor, haciéndolos suyos, creando un personaje creíble y en varias escenas, muy querible.
Catherine Fulop realiza el primer trabajo de composición en teatro que el público argentino puede apreciar, y es una verdadera y agradable sorpresa. Desde un comienzo un tanto dispar en donde su acento no hace tan creíble a su personaje, ésta tiene un crecimiento brillante cuando la comedia le va dando, de a poco, lugar al drama; con un epílogo de profunda emotividad y compromiso como actriz. Un cambio que no solo se nota en lo externo, con un buen trabajo desde lo corporal, sino en actitudes y escenas muy bien jugadas con su compañero.
Una obra inteligente que combina en justas dosis humor y drama, dos buenos intérpretes y una acertada puesta y dirección. Receta ideal y recomendada para pasar hora y media de buen teatro.