El deporte en los tiempos de cólera

Por Damián Faccini

En Pelota Paleta, seis personajes se dan cita en un gimnasio donde curiosamente el físico y la apariencia es lo que menos importa.

Las llagas que han quedado en los adultos de esta era (y que siguen lastimando), fruto de una desesperada carrera hacia lo aparentemente “bello” se suman a un estadio típico de nuestra idiosincrasia. Ahora, lejos de los temas musicales de aquellos finales de los ochenta, lejos del fanatismo por una Disneylandia hoy imposible para la gran mayoría, seis personajes (cuyos éxitos son fracaso y viceversa) se dan cita en un gimnasio donde curiosamente el físico y la apariencia es lo que menos importa.

Los gimnasios, poseedores en su gran mayoría, de una filosofía orientada hacia la belleza corporal y nada más que eso, abandonan en manos de entrenadores afectados, la vida de muchas personas que acuden a esos lugares tan desorientadas como el que pretende encontrar agua en el desierto. No es el caso de este lugar, donde el dueño sufre minuto a minuto la demolición literaria de la cancha de paddle donde supo reivindicarse frente a sus pares y que maneja el presente comercio con mayor amor que habilidad comercial. También hay un boxeador que espera una citación para pelear por el título y que entrena sin descanso pero que en realidad está más cerca de formar la familia que hubiese querido tener, que de darle en la cara a alguien. Un joven descubriéndose sexualmente que no desarrolla (ni lo hará nunca) ni un solo músculo de su anatomía porque su metabolismo (y más probablemente su inteligencia) se lo impiden. Una promotora que deambula por la vida tan afectada por un desconsuelo de amor, que confunde a todos con una belleza y una identidad superficial. Una nadadora fracasada que sabe del amor y sus encantos mucho más que las chicas que supuestamente bien formadas y perfectas asisten a los gimnasios con el fin de mantenerse. El plato ideal lo conforma un último ingrediente: un yuppie que en medio de esta masacre representa lo más parecido a la idea de éxito que la sociedad tiene en mente, pero que conforme avanza la pieza se desmigaja y fragmenta al igual que sus simpáticas llamadas telefónicas.

Con esta estructura, el director/autor plantea una consigna precisa: pasar un rato agradable y lo logra. Las actuaciones oscilan entre lo excepcional y lo correcto. El ritmo es preciso y lógico. La historia simple pero tan simple como todo lo que encierra mundos abismalmente complejos. La música y la coreografía (para nada ajenas al relato, sino en perfecta sintonía) nos alejan del tedio al cual nos someten algunos dramaturgos frente a largos monólogos o simbolismos tan abstractos, que más de una vez nos preguntamos si ellos mismos entienden.

Tratándose de un planteo desesperado, de seres que piden ayuda a gritos, de un clima que refleja lo agobiante del entorno, se agradece ese toque de FE y ESPERANZA que lejos de ser un mensaje liviano, nos deja la sensación de que en medio del problema existen soluciones posibles.