Granadina o la cara risueña de la poesía

Por Silvia Sánchez

La poesía está en todas las cosas, lo difícil es saber descubrirla.

Quien se asome al universo lorquiano propuesto por Daniel Casablanca y su mujer María Romano, comprenderá entonces que la poesía puede asomarse a veces sin rostro de malherida y traje de solemnidad, sino todo lo contrario. “Granadina, el mundo de Federico” que se presenta en el Teatro Regio todos los fines de semana, es una obra teatral para chicos y no tan chicos, basada en poemas, conferencias y fragmentos de teatro de Federico García Lorca.

Daniel Casablanca, integrante del grupo teatral Los Macocos, es el responsable de la idea y adaptación de los textos, además de su protagonista excluyente y sostén de la puesta que ideó su mujer. Como el propio actor afirma, “la poesía de Lorca fue escrita para a ser escuchada, leída en la intimidad, parando, releyéndola, dejando que surjan las imágenes. El desafío era desacralizar la entonación y a través del juego permitir que el público disfrute de esos poemas”.

El propósito esta más que logrado pues. Fragmentos de la obra "El público" o de poemas como "Romancero gitano", "Llanto para Ignacio Sánchez Mejía", "El maleficio de la mariposa" y "La niña que riega la albahaca", son pasados por el tamiz de la risa, lograda a partir de una actuación que poco tiene de realista y que mucho delata la formación actoral del elenco, formado en el arte de clown y la bufonería de la mano de maestras como Cristina Moreira y Raquel Sokolowikz.

Casablanca se luce en la piel de Federico, a partir de un histrionismo que parece pertenecerle casi naturalmente y ese gran mérito resulta ser a la vez y en parte, una debilidad de la obra: la exclusiva responsabilidad de Casablanca en su desarrollo y en su efectividad hacen que uno quede pensando que sucedería si él no estuviera allí. Aun así, la puesta sale más que airosa a pesar de tan excluyente protagonista: la música árabe, el flamenco y otras melodías centroeuropeas compuestas y ejecutadas en escena por los músicos Leo Heras, Brian Chambouleyron y Pablo Bronzini, resultan por momentos exquisitas y logran sin fisuras el clima de ensueño que el mundo lorquiano en clave infantil requiere. María Ucedo en el rol de gitana y niña-niña, musa de Federico y amor imposible del poeta, cumple correctamente con la difícil empresa de ser partenaire de un actor que aunque no se mueva ni pronuncie una sola palabra, causa risa. Lo mismo que el resto de los actores, que “acompañan” la acción, a partir del baile y el juego teatral. La escenografía de Alberto Negrín con sus arabescos de fondo, delata resabios de una cultura andaluza, cuyo espíritu tiñe el espectáculo.

“Llevar a escena esos textos requería volverlos familiares, cotidianos, traducidos a un lenguaje dramático por medio del juego”, afirma el “macoco” Casablanca . Así, el juego es pues el gran protagonista de esta obra que transcurre en Granadina, un planeta como el de "El Principito", en un día cualquiera de la vida del autor.
Federico Gracia Lorca vivió en Granada entre 1909 y 1919. Granada fue para el poeta, una ciudad amada y odiada, que a veces lo ahogó pero que también “le abrió la vena de su secreto lírico", y es justamente ese secreto lírico, lo que la puesta explota.

La estética granadina era para García Lorca, una estética de lo diminutivo cuya expresión más perfecta era "la torrecilla" mudéjar de la Iglesia de Santa Ana, "más adecuada para las palomas que para las campanas”.

Casablanca y su equipo reivindican pues esa poética pequeña, amorosa, risueña y bufonesca y crean un universo pequeño y onírico en donde el espíritu más alegre del poeta granadino estalla.

En 1936, Lorca huye de Madrid a una Granada más tranquila y es arrestado por milicias nacionalistas tras haber sido denunciado anónimamente. El 19 de agosto es asesinado y su cuerpo es arrojado a un barranco. Dicen que un grito sonaba en el viento: “Muera la inteligencia, viva la muerte”.

Por suerte hay gritos que no perduran y homenajes que aunque diminutos, intentan sostener una memoria de las cosas pequeñas y bellas: el mundo de Federico fue también un mundo de gracia, levedad, ternura, juegos y magia. Un mundo de poesía.