Hola Dolly, soy Betty.

Por Fabián D´Amico

deas renovadoras invaden... Un musical ovino.

Encontrar nuevas propuestas teatrales, espectáculos innovadores, creatividad en cuantos a las ideas, no sustentadas en grandes producciones sino en lo que se pretende contar, es una tarea ardua dentro de la cartelera teatral porteña.
Pero siempre hay un sitio en donde poder hallar esas quimeras: el off. Nacido hace ya tiempo, adoptando el nombre de “Teatro Independiente” durante los años ´60, para consolidarse luego en los ´80 como teatro “under”; el OFF le posibilita al público la búsqueda y el descubrimiento.

Descubrir el interés, el entusiasmo y la entrega de sus participantes, en un estado teatral puro, sin más ambiciones que la de de brindar lo mejor de sí mismos, en la búsqueda de nuevos estilos teatrales. Drama, comedia, danza, humor y varieté, son los géneros más transitados al momento de investigar y de crear.

En los últimos tiempos, otra manifestación teatral se incorpora a esta lista: la comedia musical. Representante genuina del teatro comercial, ésta fue ganando un espacio dentro de ámbitos alternativos, al igual que lo que sucede en el off Broadway. Con suerte dispar, y a excepción de casos puntuales, los intentos de recrear este género desde espacios no comerciales fueron de escaso vuelo. Concebidos como espectáculos pretenciosos en cuanto a la producción, pero carentes de sentido teatral, o copias de shows al estilo “Jazz , Swing, Tap” pero quedando solo en la intención, no siendo más muestras de fin de curso de escuelas de comedia musical, el musical pareció no encontrar terreno fértil fuera de la calle Corrientes.

Este panorama se revierte con el estreno de “Hola Dolly, soy Betty”. Desde una simple historia, y sin pretensiones de “gran producción”, este musical esta plagado de ideas renovadoras en cuanto a la concepción de un espectáculo musical, ofreciéndole a los espectadores, una obra ORIGINAL.

Una familia tipo que vive en la tranquilidad de una pradera en un lugar no determinado de Inglaterra, ve alterada la paz hogareña, con el secuestro de su hija, en manos de un grupo de científicos inescrupulosos, que planean hacer con ella un experimento. Toda la comunidad se ve conmocionada con este suceso, en especial la familia y el prometido de la joven.

El relato de estos acontecimientos, parece el retrato de nuestra violenta sociedad, en donde los secuestros están a la orden de día. Pero la intención de “Hola Dolly, soy Betty” esta muy alejada de esta realidad. La particularidad de la obra es que los hechos relatados le acontecen a una familia formada por ovejas y becerros. Dolly, la joven secuestrada, es una oveja de alta alcurnia (y mejor lana) que es raptada con el fin de clonarla. Los excéntricos científicos logran con éxito su cometido, dando por resultado a Betty, una sensual y desinhibida oveja, antagónica de su original. El encuentro entre Dolly y su “copia” desatan situaciones de confusión y enredos entre ambas, el prometido de Dolly, la familia y toda la población ovina.

Plagada de ironías y con un tono paródico, Daniel Landea, autor del libro y la música de “Hola Dolly, soy Betty”, presenta la historia de manera peculiar, ya que no hay, desde lo argumental, un desarrollo de las situaciones en forma clásica o tradicional. El relato surge a través de los diversos cuadros musicales que forman la obra.

Lejos de la estructura de los musicales, donde predominan las canciones por sobre los textos, y más cerca de las comedias musicales de las décadas del ´30 y ´40, “Hola Dolly” se nutre de ambas y crea un formato propio y particular, donde las letras de las canciones hilvanan y dan continuidad a la historia.
Melodías pegadizas, con reminiscencias a los clásicos temas de las películas musicales de la época de oro de la Metro Golden Meyer, con boogies, blues, mucho de jazz y más de show al estilo Broadway, dan el marco adecuado a la ironía, parodia, humor y alta cuota de ingenuidad de las letras.

Landea, se atreve con esta obra, a romper cánones preestablecidos dentro de los musicales (como una vez lo hizo, desde otra óptica y estilo, Richard O´Brien con su “The Rocky Horror Show”), saliendo airoso del desafío y demuestra que además de ideas, posee un alto grado de “juego”, divirtiéndose con lo que hace, y transmitiendo ese juego a la platea.

Contando con un creativo y colorido vestuario de Javier Laurerio, y con escasos elementos escenográficos, Sebastián Terragni plasma una correcta puesta en escena, en donde predomina el ritmo de show, potenciado éste, por la muy buena banda de músicos que ejecuta los temas en vivo.

Las actuaciones, es otro factor positivo dentro del resultado final de la obra. Viki Almeida como Dolly, dota a su personaje de la inocencia y la carga naif adecuada que el rol exige, con un rendimiento vocal preciso y un plausible crecimiento actoral desde su protagónico en “Salome”. Sybil Pintos, demuestra ser un muy buena comediante, cuyo histrionismo como actriz, cubre ciertos desniveles en la parte vocal, destacándose en el cuadro “Betty enamora a los mellizo Carter”. Pablo Guglielmino, en la piel del enamorado Willam, reafirma acá, que es una de las mejores voces jóvenes dentro del musical argentino, como ya lo había demostrado en “Frankestein”, prestándose de manera brillante al juego actoral que propone el autor, en especial en el “Lamento de Willam”.

El resto del elenco, lejos de ser un simple ensamble, les da vida a distintos personajes en la historia de manera correcta y homogénea.
“Hola Dolly, soy Betty” es un “juego teatral” renovador, fresco, creativo, con la pretensión y el difícil objetivo de, a través de una parodia, divertir a publico. Lo cumple con creces.

Un espectáculo solo para gente abierta de “mente” que no busque un musical tradicional, sino cuya intención sea divertirse más de lo que lo hacen los actores que realizan la obra.