Independencia

Por Damián Faccini

Sentarse frente a una obra como Independencia, implica mucho más que el desafío implícito que cualquier autor nos propone.

Sentarse frente a una obra como INDEPENDENCIA, implica mucho más que el desafío implícito que cualquier autor nos propone. La trama que se desentraña poco a poco, bajo la excusa de diálogos directos y de apariencia impulsiva, nos lleva a replantearnos temas tales como el abandono de hogar; la maternidad; el difícil arte de ser hijos; las elecciones sexuales; el “irse de casa” cuando se quiere y no cuando se debe; el poder pasado, presente y futuro de las instituciones. INDEPENDENCIA, es una obra (tal como sucede) perfectamente adaptable a cualquier país e idiosincrasia, dado que plantea una temática actual y de indiscutida vigencia.

KESS (personaje vertebral de la obra) visita la casa donde todavía “sobreviven” sus dos hermanas menores junto a una madre castradora y enferma mental, con el fin de poner en orden las cosas. A partir de esa llegada, se nos ira contando la historia de cada integrante de esta familia, quienes confluirán inevitablemente en la repetición de algunos de los actos de la madre a quien tanto juzgan o en errores que ella se hubiese permitido a si misma. De esta manera, la obra de una hora y media de duración (quizá excesiva) se vale de la confrontación como eje principal, sostenido con suerte y avidez por parte de Cristina Dramisino (en el papel de la Madre), quien SABE decir y DICE lo que sabe (con la colocación y la impostacion de voz correcta y un trabajo adecuado y en ritmo). Las tres hermanas, en una suerte de cenicientas de la modernidad, hacen también lo suyo. SHERRY en el papel de la “oveja negra” de la familia nos hace reír, sentir incómodos y avergonzados por una juventud a la que “sin querer queriendo” hemos contribuido a mal formar. El empeño de la actriz (Salome Vega) por destacar lo hilarante y sexual del personaje es digno, aunque con el correr de los minutos el ejercicio se vuelve algo repetitivo. Por su parte, Mora Recalde, compone a una JO compañera eterna de su madre, de matices histéricos, lloriqueo constante y sensación de injusticia permanente; algo que la actriz parece manejar y muy bien. KESS, desde su condición de homosexual, aporta la rigidez y dureza ausente en las dos hermanas menores, siendo por momentos el cruel espejo donde de ninguna manera quiere reflejarse su madre. Si bien en las primeras escenas podemos notar a la actriz algo tosca y demasiado fiel a los preconceptos que el personaje arroja sobre el artista, en cuadros posteriores, adquiere cierto dinamismo particular.

El texto, conformado en gran parte por un dialogo imparable, plantea vericuetos inteligentes, aunque inevitablemente y dado el tema, recae en lugares comunes. Algo lamentable es la traducción, que atenta contra aquello que desde el comienzo se pretende lograr: el acercamiento a los personajes, la familia y la historia. Términos, nombres y modismos puramente anglosajones se engranan forzadamente con localismos que tan solo logran el distanciamiento entre publico y obra.

En cuanto a la ambientación y escenografía, esta se nos presenta como un living donde han de sucederse, bajo la atenta y correcta iluminación, las distintas escenas. Se mantiene y respeta un mismo clima de tensión, como así también una sensación de claustrofobia, perfectamente relacionada con la vida de los personajes.

Un elemento escenográfico actúa como símbolo de toda la pieza y una problemática: por encima de los espectadores, un portarretratos se alza reluciente. Un portarretratos sin foto. La familia como figura, pero sin fondo. La apariencia de familia. La que nunca existió en aquella casa y de la que tampoco hay rastro alguno. Una familia que poco a poco, en todo el mundo, va desapareciendo.