La leyenda continúa

Por Silvia Sánchez

Estrenada hace diez años, La fabulosa historia de los inolvidables Marrapodi, pasa revista a la historia del teatro nacional.

Parecen uno de esos fenómenos imposibles de ser explicados por la razón: Los Macocos siempre están volviendo y siendo millones.

Pese a las ausencias (la de su director Javier Rama fallecido en enero de este año y la de Marcelo Xicarts, recientemente alejado del grupo); pese al paso del tiempo; pese a los años que la obra lleva en cartel; pese a todas las piedras en el camino, Los Macocos siempre están volviendo y siendo millones.

Con La fabulosa historia de los inolvidables Marrapodi, Los Macocos pasan revista a la historia del teatro nacional y dejan en claro que tienen tela para rato. La misma tela que los ha hecho sobrevivir al aluvión de grupos teatrales que allá por los noventa, emergían hasta por debajo de la tierra cuestionando las formas ortodoxas.

La vigencia habrá de buscarse en esos buenos actores que son y sobre todo, en la coherencia del grupo, inalterable con el paso de los años. Aún en experiencias fallidas (Super crisol) Los Macocos han sido siempre ellos mismos.

Con La fabulosa historia de los inolvidables Marrapodi, obtienen la mayoría de edad, el “pase para circular libremente” por el campo teatral. Porque en esta puesta que intenta contar -a partir de una compañía de actores imaginaria- la historia del teatro nacional, Los Macocos hacen uso de la parodia a la hora de narrar y ya se sabe que para ejercer el arte de la parodia, hay que conocer muy bien el texto parodiado. Y Los Macocos lo conocen. Y se nota mucho el minucioso trabajo de investigación sobre las formas teatrales del pasado como el teatro clásico, el gauchesco, el sainete, el grotesco y el teatro de revista.

A partir de una anécdota base, Los Macocos atraviesan las diferentes etapas del teatro nacional, adaptando la historia a las diferentes estéticas propuestas. La exacta “reconstrucción de época” ha de hallarse sobre todo en la actuación: en los modos de decir de los personajes, de caminar, de moverse, en como visten. Frente a una inexistente escenografía, el juego actoral entabla acertadamente las coordenadas temporales y teatrales. Por eso Los Macocos siguen vigentes. Otra vez: son buenos actores. Y tienen en sus filas además -y sobre todo- a Daniel Casablanca, un actor inmenso.

Con un muy buen trabajo de Alejandro Zanga como cuarto macoco, la compañía logra momentos brillantes que el público -en su mayoría juvenil- festeja: la primera aparición de Casablanca como heroína de teatro clásico, la payada en el episodio gauchesco, la escena realista en la que se luce Salazar, o el final revisteril.

“Se cumplen diez años desde que encontramos este baúl lleno de fotos, textos, partituras…cambian los teatros, los decorados, los públicos, las vidas, y seguimos recreando esa relación entre el público, el espectáculo y los actores…” dicen ellos.

Los que hace ya más de veinte años entendieron que se podían hacer cosas muy serias, sin solemnidad.