La locura que todo lo cura (Locuración)

Por Silvia Sánchez

Basada en textos de Eduardo Pavlovsky, Locuración indaga de manera interesante sobre el reverso de la cordura y su buena fama.

Sofía Guggiari, Sebastián Llamas, Carolina Pavlovsky, Mauricio Zulueta y Eduardo Misch, son los cinco actores que en el Camarín de las Musas, han decidido poner en escena -con dirección del propio Misch- Locuración, una interesantísima puesta en escena que habla de la “locura como cura” o -como los propios protagonistas aseguran- de “una brutal contestación a la normalidad que requiere ser cuestionada”.

Basada en textos del dramaturgo, actor y psicoanalista Eduardo Tato Pavlovsky (Tercero incluido, Análisis en París, Parroquiano y Bicicleta molida) la puesta juega con los presupuestos del dramaturgo no solo desde lo verbal, sino también desde lo escenográfico.
En escena, solo un dispositivo -similar a una mesa- cubierto por una tela negra que presenta agujeros en su superficie y que por momentos se mueve, colocándose de manera frontal al espectador. Por los agujeros de esa tela, asoman manos, pies y cabezas. A lo largo de toda la obra, será difícil saber a ciencia cierta de quien es ese pie que se mueve mientras alguien -con la cabeza asomada por uno de los agujeros- habla. O de quien es esa mano que intenta sepultar en uno de los agujeros, una cabeza.

El dispositivo se mueve y las partes -como si fuera un rompecabezas- no logran unirse. Así, el texto de Pavlosvsky encuentra en lo formal, su sustento filosófico: la fragmentación.
Por eso al diálogo de la pareja -fragmentada ella misma- le sucede el monólogo de un psicólogo lacaniano, lector de Zizek, que se analiza en París. Y al de él, el de un joven que termina matando a su madre, haciéndola pedazos, y así sucesivamente. Y en esa fragmentación, algo vuelve, algo intenta hilvanar lo inconexo: un texto que se repite, una bicicleta que gira sobre lo mismo. Algo que resuena a Beckett, aquel dramaturgo que tanto ama Pavlovsky, algo de aquella idea beckettiana de la necesidad de seguir hablando aunque no haya más nada para decir.
Una pareja en la que él cree estar en guerra, y en la que a ella solo le importa hacer el amor. Un psicoanalizado que cree necesitar dos sesiones por día. Uno que descuartiza a su madre. Y una mujer que repite un texto, tratando de asir, de decir.

“Todos estamos en guerra, todos somos soldados”, dice el personaje de la pareja. Y en ese dispositivo-trinchera, cada parte se asoma para decir un fragmento. Con buenos y parejos trabajos actorales, Locuración respeta y homenajea al universo de Pavlovsky: el de las imágenes -fuga que se escapan todo el tiempo pero que todo el tiempo vuelven y giran sobre uno.