La pesadilla de Hegel

Por Silvia Sánchez

Bloqueo de Spregelburd: una interesante propuesta teatral que además, rinde homenaje a la revolución cubana.

Una obra como puro nudo: sin introducción ni desenlace. Una obra como perpetuo devenir. Como una acumulación de situaciones entramadas en una lógica caprichosa, distinta, ilógica. Un obra sin dialéctica, además. Es decir, una obra sin síntesis. Es decir: la creación de un mundo -ó de una pieza teatral, es lo mismo- en donde sus elementos están en permanente discusión.

Con estas premisas, Rafael Spregelburd se puso a escribir hasta dar con Bloqueo, la pieza-nudo que es la pesadilla de Hegel.

La anécdota de Bloqueo es la de un grupo de músicos cubanos que viene a la Argentina para terminar de grabar su disco y llega a un estudio de grabación en el que suceden cosas extrañísimas, porque el tiempo y el espacio discuten entre sí, confabulándose en post del nudo.

El tiempo (tan comentado por su longitud en las piezas de Spregelburd) acaso sea la categoría fundamental de la obra: desde su título que remite a la idea de detención del mismo (el bloqueo norteamericano que ha intentado “frenar” la revolución castrista) hasta el final (perdón, cierto que no había final) en donde uno de los personajes afirma que la revolución es movimiento (como la dialéctica). El tiempo en todos sus tiempos: detenido, acumulado, lento, con delete (no solo por el que hay en la sala de grabación sino porque a veces son las cosas las que llegan tarde, como llegó la telenovela Alas de Gustavo Bermúdez a La Habana).

Y junto al tiempo, el espacio. En este caso, dos espacios: el del operador de sonido y el de los músicos, espacios separados por un vidrio que a veces impide la visión. Espacio también dislocado que muta y se permuta.

Hay todo el tiempo en Bloqueo, una discordancia: entre lo que se ve y lo que se escucha, entre lo que los personajes observan y lo que es, entre lo que los espectadores miran y lo que sucede. Y por más que la obra enumere las cuestiones referidas a Cuba con precisión (no faltan las referencias al visado, a lo burocrático, así como tampoco las pancartas del tipo “aquí no hay imposibles” o “somos un país alegre y solidario”), la imprecisión gobierna.

Por eso un personaje puede confundir pizzas con empanadas, o en el estudio de grabación, los músicos pueden ser reemplazados por médicos del Ramos Mejía. Lo desopilante se apodera de la escena en la medida en que no hay síntesis, en la medida en que se quiebra la sutura narrativa.

Interesante propuesta de Spregelburd, quien dedica la obra a la epopeya cubana: a su persistencia en el tiempo y en el espacio. Dos coordenadas que en la isla, encontraron la síntesis en la palabra revolución.