La reposición de un mundo lúcido

Por Silvia Sánchez

Con Lúcido, Rafael Spregelburd se encarga de desnudar el juego familiar, de quitar el disfraz para que aprezca la pesadilla.

La familia parece ser a veces -muchas- una entidad pesadillesca. Y a veces -muchas- el disfraz de la armonía viene bien para soportarla. Con Lúcido (reposición que se lleva a cabo en Andamio 90) Rafael Spregelburd se encarga de desnudar el juego, de quitar el disfraz para dejar aparecer la pesadilla.

Con un padre ausente y una madre entre voraz y adolescente, dos hermanos sobreviven como pueden. Una supervivencia que va desde lo literal (de niños, la hermana le donó un riñón a su hermano agonizante) hasta lo metafórico (el regreso de la hermana años más tarde, desata imágenes que deambulan entre la risa y el espanto, como el travestismo del hijo que intenta -colocándose la ropa de su madre- despegarse de ella).

La pesadilla que retorna -como la hermana- borronea la lucidez, si es que alguna vez la hubo. Por eso, es necesario “dominar” esa escena inconsciente que es el sueño: a lo insoportable de la realidad, lo soportable del sueño; a lo pesadillesco sin lucidez, la lucidez sin pesadilla.

Aunque el espacio del sueño -situado en un restaurante al cual van a cenar los hermanos y la madre- también se va enfermando con el correr del tiempo. Por eso el hijo, necesita estar lúcido en el sueño: para dominarlo, para que la verdad (la indecible) no salga a la luz, para que el disfraz persista.

Con dos versiones en dos lenguas diferentes (se estrenó en Cataluña y en Buenos Aires) la pieza es fiel al desopilante mundo del autor: un mundo empeñado en hacer del teatro un acto de alegría. Un mundo sin pesadillas. Lúcido.