La reposición de un mundo lúcido
Con Lúcido, Rafael Spregelburd se encarga de desnudar el juego familiar, de quitar el disfraz para que aprezca la pesadilla.
La familia parece ser a veces -muchas- una entidad pesadillesca. Y a veces -muchas- el disfraz de la armonía viene bien para soportarla. Con Lúcido (reposición que se lleva a cabo en Andamio 90) Rafael Spregelburd se encarga de desnudar el juego, de quitar el disfraz para dejar aparecer la pesadilla.
Con un padre ausente y una madre entre voraz y adolescente, dos hermanos sobreviven como pueden. Una supervivencia que va desde lo literal (de niños, la hermana le donó un riñón a su hermano agonizante) hasta lo metafórico (el regreso de la hermana años más tarde, desata imágenes que deambulan entre la risa y el espanto, como el travestismo del hijo que intenta -colocándose la ropa de su madre- despegarse de ella).
La pesadilla que retorna -como la hermana- borronea la lucidez, si es que alguna vez la hubo. Por eso, es necesario “dominar” esa escena inconsciente que es el sueño: a lo insoportable de la realidad, lo soportable del sueño; a lo pesadillesco sin lucidez, la lucidez sin pesadilla.
Aunque el espacio del sueño -situado en un restaurante al cual van a cenar los hermanos y la madre- también se va enfermando con el correr del tiempo. Por eso el hijo, necesita estar lúcido en el sueño: para dominarlo, para que la verdad (la indecible) no salga a la luz, para que el disfraz persista.
Con dos versiones en dos lenguas diferentes (se estrenó en Cataluña y en Buenos Aires) la pieza es fiel al desopilante mundo del autor: un mundo empeñado en hacer del teatro un acto de alegría. Un mundo sin pesadillas. Lúcido.