La rotativa del Maipo imprime un diario modesto

Por Rómulo Berruti

Con el periodista Jorge Lanata como primera figura el Maipo cubre el bache afilando al máximo la punta del lápiz.

Con el periodista Jorge Lanata como primera figura y un título que alude al nuevo medio que puso en la calle, el Maipo cubre el bache afilando al máximo la punta del lápiz. La célebre rotativa del diario Crítica de Botana imprimía 100.000 ejemplares por hora. Esta debe conformarse con un tiraje mucho más modesto. Gasalla se fue demasiado tarde para montar una revista nueva y demasiado temprano para poner “cerrado por vacaciones”.

La historia ya se conoce: después de varios berrinches que fueron como los relámpagos que preceden a la tormenta, Antonio Gasalla plantó el espectáculo que hacía en el Maipo y que era la perla de la corona en el año de su centenario. Obviamente, el despliegue de producción y su correspondiente costo eran el marco para la estrella. Convertida en fugaz, los satélites también se apagaron. Como Lino Patalano no se amilana con facilidad, inventó de apuro una revista que a falta de lujo tuviera un buen anzuelo. Y pensó en Jorge Lanata para incorporar la actualidad en la persona de un periodista de perfil muy alto, cuyo desparpajo televisivo calza bien como golosina de la “cajita de bombones” de la calle Esmeralda. Además juntaba dos marcas, Maipo y Crítica. De hecho una idea inobjetable porque en los viejos tiempos el monólogo político era infaltable y aunque regresó en las revistas actuales ¿quién mejor que un periodista para anticipar el cierre de la edición de mañana? La cuestión que quedó sin resolver -Lanata es un tema totalmente aparte- es el relleno. Que en una revista es también la masa. Y entre que se bajó sin piedad la puntería a la hora de contratar más el aditamento de la crisis que zozobra más taquicardia menos coincidió con el armado del estreno (mal que mal, también aconseja sentarse sobre la billetera), lo que trepó a escena es un varieté que de a ratos parece pedir disculpas. La mayor atracción es el grupo musical Miranda, el resto se reduce a un grupito de bataclanas y boys que hacen rutinas de Gustavo Carrizo (Ricky Pashkus suma un nombre y asume la dirección general) sin ambientación alguna, a puro telón de fondo. La única, cauta excepción es un cuadro de Indiana Jones que al menos tiene indios y una proyección alegórica. Ximena Capristo vendría a ser la vedette y sale del paso con un bailable corto, un scketch sobre fantasías eróticas que hubiera necesitado otro clima y una escalera de final donde se la ve -bocado para nostalgiosos- con la desprejuiciada robustez que lucía Nélida Roca. Hay una chica que hace de resorte humano y paremos de contar. Pero queda claro que ni los tiempos son para plumas de avestruz ni la propuesta tenía una repercusión asegurada. Gasalla se fue demasiado tarde para montar una revista nueva y demasiado temprano para adelantar las vacaciones y cerrar.

Jorge Lanata tiene su propia burbuja en La rotativa del Maipo y aparece más o menos después de una hora. Lo que vimos demuestra lo que la gente ya sabe y disfruta de él, que dice lo que se le canta, que tiene carisma, que no parece asustarse de nada y que sabe tender una línea afectiva con esa gente. Su actuación funciona porque no es una actuación. Es un bloque de televisión con temas del día y no tanto, libreto en mano como en el teatro semimontado que el espectador asume y festeja en la Casa del Teatro. Lo que no parece andar es la lección sobre próceres -Mariano Moreno en la función que ví- porque alarga y achancha, Lanata viene jugando al truco con las señas que mejor maneja y de pronto se sienta a una mesa de bridge con Félix Luna. Eso le arruina el remate. Por lo demás el público lo aplaude y más aún, demuestra que lo quiere. Tal vez irá encontrando la sintonía exacta con el correr de las funciones. Lo suyo, impacto espectacular, no. Pero papelón, ninguno.