Los productores

Por Rómulo Berruti

Llegó por fin el célebre musical de Mel Brooks.Y por alguna razón vinculada a su éxito internacional o más aún a su enorme caudal publicitario, el mundo teatral no pareció muy dispuesto a que le guste.

UN GRAN ESFUERZO (QUE SE NOTA)

Llegó por fin el célebre musical de Mel Brooks.Y por alguna razón vinculada a su éxito internacional o más aún a su enorme caudal publicitario, el mundo teatral no pareció muy dispuesto a que le guste. Es una impresión, nada más. Los argentinos hace mucho sabemos que aquí sí podemos hacerlo: el tesón –no siempre con resultados equivalentes- de Pepito Cibrián y el potencial económico de Romay sellaron el pasaporte de ingreso al musical “con todo”. Sin embargo, si el espectáculo sale en la realidad como lo soñó la codicia de los productores de ficción –o sea, muy mal- mejor. Lo que se montó en el Lola Membrives según la versión foránea es un esfuerzo muy grande. Y se nota. Se nota en los grandes aciertos (despliegue más que generoso, estupenda escenografía, brillante vestuario, música bien ejecutada, bailes sin desajustes groseros) y también en lo que no se pudo o no se supo evitar (visibles ordinarieces de adaptación, trabajosas interpretaciones protagónicas). Nada de lo visual defraudará, porque de verdad es un rubro apabullante, en especial el living del director Roger de Bris, la oficina de Miller & Marks y el cuadro Primavera para Hitler. Menos feliz es la versión del texto, que abunda en vulgaridades ultrapinterianas que modifican su trayectoria cuando no son disparadas en los famosos monólogos. Enrique Pinti en solitario es gozosamente inimputable porque asume todo lo que dice, Pinti metido en un personaje debería buscar otras aproximaciones al original. Su Max Bialystock se impone porque el actor tiene tanto escenario que agarra al papel del cuello, lo zamarrea y lo saca adelante. Pero no resulta demasiado creíble y a veces tiende a abrumar un poco. Guillermo Francella, obligado a respetar su registro actoral inscripto en cierta picardía despavorida que su público disfruta y exige, no es un cómodo partenaire. Por eso, para enfundarse en los dos pícaros de vuelo bajo estos artistas tan exitosos buscan instintivamente su propio dibujo, su propio casillero, aunque vacile la pareja. Sería mentir decir que no sacan partido del carisma que tienen y de lo mucho que saben: pero esta es una obra teatral y ellos siguen siendo Pinti y Francella. Menos vulnerables porque tienen partes secundarias, pero con ricas chances que aprovechan muy bien, se lucen Pablo Sultani que mereció más de un aplauso a escena abierta en su nazi de manicomio; María Rojí, de impresionante figura y divertida en la sueca Ulla; Jorge Priano, excelente como el grotesco Roger de Bris y Miguel Brandan, desopilante en Carmen. Tienen gracia también las viejitas que financian estrenos comprando los favores sexuales de Bialystock. Los productores brinda muchísimo al público. Y la mirada de ese público, por tanto su juicio, será siempre más indulgente que el de críticos y colegas del ambiente. En cuanto al lugar común de que no salimos tarareando ninguna canción, esos son milagros muy aislados: My fair lady con Bernard Shaw detrás no resucitará, El sueño imposible de El hombre de la Mancha tampoco, ni la extraordinaria No llores por mí, Argentina. El género musical se las ha compuesto para sobrevivir sin esas cúspides.-