Nina

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Por Fabián D´Amico

Atrapante actuación de Ana Padilla en una excelente pieza de Patricia Suarez.

La expansión del teatro alternativo habilita una enunciación particular en cuanto al espacio de interacción entre la producción y la recepción. La espacialidad- o la multiespacialidad- que abre una sala no “a la italiana” (escenario y patio de butacas fijo y de frente al escenario) genera climas, momentos y emociones mucho más fuertes que las habituales sentados formalmente y en orden frente a una oferta estática y estructurada como es la habitual dentro del circuito oficial.

Nina, la nueva obra de Patricia Suárez, es un claro ejemplo de esta nueva manera de comunicación teatral. Cuando se ingresa al pequeño espacio atiborrado de cuadros, lámparas y objetos de diversa procedencia, sillas de estilos y formas heterogéneas colocadas en distintos niveles dan cobijo a la audiencia que se predispone a emprender un viaje al pasado, a la época de Chejov, de la Rusia del principio del Siglo xx. Nina anuncia el inicio de la función de teatro de una nueva obra del autor estrella de esa época, protagonizada por Olga, una actriz “preferida” de Chejov y con nada de empatía por parte de Nina, quien es la encargada de cuidar el guardarropa del teatro.

Rodeada de sobretodos, abrigos, tapados, Nina comienza un dialogo con esos atuendos, como si ellos representaran personas de carne y hueso. El dialogo- monólogo- de la mujer tiene pocos momentos de lucidez ya que su débil cordura hace que su relato se interrumpa abruptamente para continuar con otro tema y en ese ir y devenir de Nina por el ámbito y por una confusa línea de tiempo, el público se entera de su vida y sus avatares. Actriz elogiada en el pasado, Nina vive de recuerdos y de esperanza de subirse nuevamente a un escenario. Critica a las actrices y directores actuales y añora su tiempo de gloria. Mientras acicala frenéticamente alguno de los abrigos, su antigua vida amorosa, sus días de gloria, la muerte de su hijo y un amor extremo a Chejov invade su mente y la perturba pero su vida está formada más de pasado que de presente o futuro.

El excelente libro de Patricia Suárez permite que el público más chejoviano vea en la Nina de Suárez a la protagonista de La gaviota y para quienes no conozcan la trama de la pieza teatral más famosa de Chejov, seguir las vivencias de una actriz desconocida que vive con poco dinero y muchos pesares. Si bien el libro es de excelencia, la interpretación de Ana Padilla es atrapante.

Jorge Diez, el director de Nina, con escasos elementos escenográficos y aprovechando todos los espacios libres del lugar, conduce a la actriz en una puesta en escena dinámica y que no permite el más mínimo momento de abstracción. La participación del público con sus silencios, respiración y ciertas risas nerviosas es intensa y la comunicación entre actriz y publico- sin que medie ninguna intervención activa- es por demás de intensa, tanto o más como la actuación de Ana Padilla.

Padilla pasa entre la gente diciendo sus líneas con un nivel de concentración y entrega encomiable. Nada ajeno a lo que pasa dentro de su atormentada mente puede sacarla de su mundo chejoviano y la cercanía casi invasiva del público potencia los climas que logran la triangulación autora-director-actriz. Padilla está habituada a bucear los mundos de grandes autores sin llegar a decir sus textos originales. Como en el caso de Casi Tennesse, en Nina se vivencia el clima y la estética del dramaturgo ruso con la ventaja de una verba atemporal, sin los giros idiomáticos de los clásicos ni los nombres altisonantes de las criaturas creadas por el ruso.

Nina propone una actuación para aplaudir de pie- como ocurre en cada representación desde su estreno- contenida por una eficaz dirección y un texto que acerca al público actual a una cultura y sociedad tan distante y lejana como la decadencia de la Rusia zarista.