Príncipe Azul

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Por Fabián D´Amico

Príncipe Azul un espectáculo plagado de magia que impacta.

En una época oscura, nuestro país tenía impulsores o frases como “El silencio es salud” o “Los Argentinos somos derechos y humanos” que nos identificaba como nación. Surge entonces un grupo de autores, actores y directores que mediante la poética, la retórica y la metáfora tratan de poner un poco de luz y llevar algo de libertad a un pueblo silenciado. Nace así el último gran movimiento cultural en materia teatral del siglo XX en Argentina: Teatro Abierto

De su producción, muchas obras han sido objeto de revisiones, adaptaciones o transposiciones. Una de ellas es “Príncipe Azul” que en versión de musical de cámara puede verse los jueves en La Casona.

Príncipe azul cuenta una historia simple. Una pareja de adolescentes que se enamoran en un verano. Al concluir el mismo y tener que separarse, la relación culmina pero no sin antes hacerse una promesa; la encontrase en el mismo lugar donde nació el amor luego de 30 años. Con estos motivos de folletín, Eugenio Griffero construyó una obra pequeña pero llena de poesía y mucho de metafórico ya que la historia de amor que se relata tiene por protagonistas a dos hombres. Tema tabú de los años de plomo vernáculo, la homosexualidad no podía ni siquiera insinuada, pero la pluma del autor burló con inteligencia la mediocridad de la censura.

Hoy, con más de 25 años sobre sus espaldas, Príncipe Azul no pierde la fuerza y esencia que tenía en su origen. Si bien lo prohibido de la relación hoy ya no tiene el mismo impacto, los temas universales que aborda como el amor, la palabra empeñada, el deterioro físico y moral por el paso del tiempo y la añoranza de una juventud que no se puede recuperar llegan a la audiencia con mucha intensidad, motivos que se ven potenciados por el género elegido para esta reposición.

En esta versión musical de Príncipe Azul los monólogos que presentan la actualidad de los personajes y la expectativa por el día del esperado encuentro están hilvanados con canciones de Rony Keselman. El relato fluye de manera precisa, ya que la música está al servicio de la palabra, del texto, de lo que se quiere contar, cumpliendo uno de los axiomas de los grandes musicales que sostiene que “allí donde se acaban las palabras empiezan las canciones” sin que se note la unión entre una y otra.

Mérito realzado tanto por la puesta y dirección de Rubén Cuello como por las labores de los actores. Acostumbrados a ver puestas de Cuello con grandes masas de bailarines, coreografías de revistas o de musicales de gran producción, la sorpresa es mucha y grata al enfrentarnos ante una gran labor como director, donde lo que prima es un trabajo minucioso con la palabra y una precisa marcación de los actores en un espacio reducido y una cercanía con el público que aumenta la carga dramática de los tramos finales de la pieza.

Cada frase que se dice, la manera de hacerlo y la postura corporal de los actores tienen un trabajo exhaustivo y dotado de emotividad que Cuello materializa sobre el escenario con una ambientación minimalista y onírica de René Diviu y la ayuda de dos excelentes actores. Las labores de Marcelo Durán cuya criatura indefensa y oscura está plena de matices y Manuel Feito con un trabajo corporal sorprendente y una bella voz hacen de este Príncipe Azul un espectáculo plagado de magia que impacta desde los sentimientos.