Todo vale en el amor y en la guerra

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Por Fabián D´Amico

Inquietante pieza de Gonzalo Demaría sobre un caso policial en la década del ´40 que pone de manifiesto las falsedades y los valores menospreciados de los pilares de la sociedad vernácula.

El nombre de Gonzalo Demaría cobra relevancia en la cartelera porteña hace un par de años con las exitosas piezas La maestra serial y La Ogresa de Barracas, sobre maestras normales importadas por Sarmiento en los tiempos de la civilización o la barbarie. Dramaturgia vinculada con la historia y personajes de nuestro país y con una relación directa con el género del musical, Demaría sorprende en 2016 y el Nacional Cervantes con Tarascones, una comedia negra delirante y multipremiada.

En la actualidad se puede apreciar una obra de su autoría con dirección de Oscar Berney Finn llamada Juegos de amor y de guerra, una historia basada en un hecho policial de la década del 40 ( que nunca se sabe si es verídico o ficción) que involucra a un cadete del ejercito de apellido patricio en un prostíbulo de la calle Junín mientras debería haber estado en el cuartel. Una historia con un eje dramático central y algunas líneas satelitales que nacen de ese núcleo, puede verse como un drama de época y quedarse con lo anecdótico o zambullirse en un tejido de sublecturas políticas y sociales que están debajo de la dermis visible.

Una dama de alta sociedad acude al cuartel del ejército a recoger el uniforme de su hijo quien acaba de suicidarse. La gélida mujer no logra conmoverse ni ante el soldado que la recibe, amigo de su hijo, ni ante el atuendo que usaba en vida. Solo pide ver al teniente, al superior del lugar para que le rinda cuentas de lo sucedido. En ese momento comienza un inteligente racconto de los hechos, donde el público entra en contacto no solo con lo narrable sino con la psicología de quienes participan en un juego de intereses creados, relaciones prohibidas, apariencias que se desmoronan y una lectura de la situación política del país de esa época y de las sucesivas. Todo en Juegos de amor y de guerra no está dicho ni se dice de forma frontal, sino que es un entramado de metáforas, simbolismos e iconicidades que están latentes en el texto y en la mínima y efectiva escenografía de Alejandro Mateo donde la mesa que ocupa gran parte del ámbito escénico la sostiene un sinnúmero de patas de distintas formas y modelos y sobre la cual descansan muchas gorras militares.

El joven teniente responsable del cadete representa, como la dama distinguida, un modelo de país y de ejército que no volverá jamás: la aristocracia agrícola ganadera y el ejército compuesto con jóvenes provenientes de las mejores familias y con tradiciones militares. “Después de Castillo el ejército y la sociedad no serán lo mismo”, vaticina la aristócrata frente al teniente que representa el surgimiento de los movimientos políticos populares en donde las fuerzas no estuvieron excluidas.

Un texto intenso e inquietante a cual la exquisita mano de Barney Finn dota de una puesta en escena despojada con una certera iluminación de Leandra Rodríguez, que no permite que la atención del espectador se evada en cosas superfluas y conduce la mirada y el interés hacia los personajes, muy bien delineados e interpretados de manera brillante.

Andrea Bonelli capta- y trasmite- la esencia del personaje desde su primera entrada a escena tanto desde lo externo- excelente vestuario de Mimi Zuccheri- como internamente. Crea una mujer ambiciosas y egocéntrica, que antepone a su hijo antes del que dirán- conmovedora la escena de la despedida entre madre e hijo- con un monólogo desgarrador hacia el final de la pieza que pone en evidencia el crecimiento de Bonelli como actriz dramática. Junto a ella, Luciano Castro da bien con el physique du rol del militar aunque está demasiado contenido desde la dirección, y pierde el naturalismo necesario para hacer un buen contrapunto con la acartonada mujer de alta sociedad. Los dos jóvenes- el hijo y su amigo soldado- cumplen correctamente con sus pequeños papeles.

Mención especial merece el trabajo realizado por Sebastián Holz como un travesti ruso, affaire del soldado muerto y disparador de la tragedia. Barney Finn dibuja para el actor una criatura soñada para cualquier intérprete de teatro musical, ya que pude demostrar sus condiciones como cantante y descollar como actor en una escena de interrogatorio desgarradora que concluye con un acto de kabaret alemán. Una composición de Holz para el recuerdo y el aplauso cerrado.

Juegos de amor y de guerra es una pieza en la cual la audiencia necesita de varios minutos, luego de la ovación final que recibe el elenco, para recupera su respiración habitual y dejar en las butacas mucha de la angustia y la indignación que provocan las míseras humanas que Demaría muestra en su obra.