Trilogía del Nazismo

Por Damián Faccini

La trilogía se encuentra tan bella y prolijamente armada que perfectamente podría haberse tratado de piezas independientes.

Con un sentido del humor y una objetiva heredera del toque de Bertolt Brecht, Patricia Suárez y Leonel Giacometto (autores) y Alejandro Ullúa (director) se embarcan en el desafío de poner en escena una trilogía sobre el nazismo, desafío doble debido a que en primera instancia dan vida a tres obras con el presupuesto de una (palabra del director) y en segunda, proponen en las dos ultimas piezas, el escenario de Buenos Aires para desplegar el horror de estos seres nauseabundos.

Pero vayamos por parte, puesto que cada obra perteneciente a la trilogía se encuentra tan bella y prolijamente armada que perfectamente podría haberse tratado de piezas, autores y ciclos independientes unos de los otros.

En el primer retrato de esta galería de horrores se da cita en escena un triangulo formado por un profesor alemán, encargado de buscar una “solución final” no tan “mala” para las víctimas judías; una asistente aria hasta decir basta cuya función es velar por el encarrilamiento constante de la conciencia de un profesor que definitivamente no ha sido, es ni será un asesino y un joven judío traído de un campo de concentración que hará las veces de escribiente y conciencia reveladora de una verdad aterradora e innegable. En este infierno de voces y de seres perfectamente delineados, el profesor se debatirá constantemente al igual que el débil de espíritu lo hace entre el bien y el mal. Podríamos pensar, sin caer por ello en el error, que este profesor se encuentra solo y tan sólo son las voces de su conciencia, su pasado anhelado, su futuro temido y su presente arruinado por ambas instancias la que lo acosan, materializados en los personajes de Frau Olga Hoffmann y Jan Zincowitz.

Salo Pasik recrea con maestría a una figura que se deshace de a poco en medio del delirio y la toma de decisiones apresuradas y bajo presión. Regina Lamm encarna un ama de llaves tan clara y sincera que al conversar con ella fuera de escena detectamos el espíritu de una actriz asombrosa y Alejo Ortiz delinea al judío desesperado con los matices propios y correctos.

La obra nos detiene en ese espacio, la sala de trabajo del profesor y de ahí no nos movemos, con el fin de asfixiarnos y transmitirnos esa angustia de la cual es presa el profesor y que poco a poco se nos impregna también a los espectadores.

“HERR KLEMENT” no se aleja mucho del primer planteo a nivel puesta. Nuevamente nos encontramos en una misma habitación y nuevamente voces materializadas en personajes creíbles y viscerales rodean la figura de Adolf Eichmann e intentan en un acto absoluto de piedad y de calidad humana no asesinarlo, pese al irresistible deseo que puede palparse desde el lugar del público (y del cual porque no decirlo, éste se vuelve cómplice perfecto). Ahora la víctima es quien fuera victimario y en el ambiente denso como una manteca oscila constantemente el sentimiento de la cadena alimenticia; de la vuelta a lo primitivo; de la muerte por sobre la vida, de la venganza y el rencor.

Si en la anterior pieza las actuaciones resultaban creíbles, aquí Nacho Vavassori y Corina Fonrouge recrean con notable talento a dos seres, unidos por un pasado terrible pero lejanos en la jerarquía, junto al asesino que no despierta piedad pero si una pregunta constante: ¿en el fondo, no tenemos todos algo de ese asesino?

“EDGARDO PRACTICA, CÓSIMA HACE MAGIA” es la última de la trilogía y lo hace (como todo postre que acompaña un gran manjar) con los azucares de la ironía y el sarcasmo para edulcorar un horror, amargo como el recuerdo. José María López y Adela Gleijer se lucen de manera tal que pedimos a gritos que abandonen sus papeles de asesinos para ser los abuelos que supimos o anhelamos tener. Ambos personajes se debaten en medio de sus últimos días, en una casona de Belgrano “haciendo magia”, metáfora perfecta de los experimentos nazis. El odio tejido por el paso de los años entre ambos, será una tela de araña que finalmente los terminará atrapando en una misma realidad. Si no les han importado las vidas de tantos seres indefensos, por que habrán de importarle la de sus hijos, nietos y yernos ahora que el tiempo los ha vuelto amantes del odio y su pasión desenfrenada gira en torno de ese sentimiento.

Es en esta última pieza donde quizá se encuentre un poco más débil el planteo dramático y donde quizá también no colabore del todo, el resto de las actuaciones. Sin embargo, no deja de ser un excelente aporte a la causa y al mismo tiempo un tercer desafío por parte de los autores y director quienes se atreven a hacer equilibrio en la delgada línea roja que divide el horror de la risa.