Van Gohg

Por Fabián D´Amico

Elenco y puesta es lo más destacable de esta versión de la obra de O´Donnell

Al comienzo de la década del ´80, una nueva corriente teatral puja por obtener un sitial dentro de la cultura nacional. Con la palpable llegada de la democracia y ante un sistema político insostenible, aparecen en escena, propuestas innovadoras, jóvenes escritores y actores, y noveles directores. A través de metáforas, imágenes, sonidos y figuras históricas o ficticias, éstos bregaban por plasmar situaciones o palabras que hasta ese momento, no podían decirse o insinuarse. Intentaban, por medio de la inteligencia y con mucha cautela, hacerle “luz de gas” a la censura.

Uno de esos autores fue Pacho O´Donnell. A principios de los ´80 se estrena una obra suya llamada “Vincent y los cuervos”, basada en la vida de Vincent Van Gohg. O´Donnell muestra la opresión a la que estaba expuesto ese artista, dentro de su sociedad. Utilizando los cuervos que Van Gohg pinta en su último cuadro (antes de su suicidio), el autor representa las voces interiores que el artista escuchaba, y contra las cuales luchaba incansablemente. Su búsqueda constante de la perfección, el pintar lo que sentía y como lo sentía enfrentándose así a la academia de artes que lo expulsa por no seguir reglas tecnicistas. La imagen de su hermano Teo, como ejemplo de vida normal, en contraposición con su casamiento con una prostituta.
Utilizando un personaje histórico, O´Donnell enfrentaba, en ese entonces, a la audiencia, ante características de una sociedad extranjera y del siglo XIX, que mucho tenía que ver con los prejuicios, modelos y censura de la nuestra, por esos días.
En el contexto de la sociedad actual, la fuerza del texto se diluye y lo que esas palabras significaban, resultan hoy anacrónicas, quedando vigente solo la anécdota histórica de la vida del artista.

El mérito de esta nueva versión, es el esfuerzo de actores, dirección y rubros técnicos, en quitarle esa temporalidad al texto y brindar una puesta ágil y visualmente atractiva.
Daniel Marvoce, desde la puesta, rompe la formalidad habitual en estas obras, y hace que los cuervos que acechan al artista “vuelen” más allá del escenario y se mezclen en la platea, dándole dinamismo a la pieza. Además, cuenta con una funcional escenografía, que por medio de paneles, se recrea el último cuadro del artista, con una ajustada iluminación y vestuario acorde a la época.

Pero son los protagonistas de VAN GOGH lo que potencian la función. Raúl Rizzo realiza una actuación descollante, plagada de matices, y sosteniendo sobre sus espaldas todo el peso de la obra, ya que permanece sobre el escenario durante toda la representación.
Su postura física, sus cambios de personalidad constante, las palabras casi imperceptibles enfrentándose a los gritos desgarradores de la locura de Van Gohg, demuestran el trabajo y la entrega realizado por el actor hacia con su personaje y el reconocimiento recibido de parte del público y críticas.
Junto a él, un homogéneo y dúctil elenco, dentro del cual se destacan Juan Vitali, Roberto Fiore, Omar Lupardo y Stella Matute.