Yerma, o la cuadratura del círculo

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Por Fabián D´Amico

Interesante revisión de un clásico lorquiano con aires flamencos. Buen trabajo de Julieta Cancelli en la actuación frente a un dispar elenco.

Federico García Lorca es uno de los autores iberoamericanos con más transposiciones realizadas de sus obras. Sus textos poéticos y teatrales son apreciados en el formato para el cual se conciben (en su mayoría teatro) y también cine, televisión y radio. Si bien la gran parte de su producción teatral tiene musicalidad propia, muchos directores optan por el género musical al momento de plasmar sus discursos.

Esto sucede con Yerma, o la cuadratura del círculo, musical con aires de flamenco que tiene como columna vertebral la obra de Lorca, con un coro de tres cantantes bailarines y un trio de cuerdas flamenco. La historia de la joven casada con un ser poco demostrativo y arrancada de su casa paterna casi como una mercadería esta respetada y sigue el crescendo dramático planteado por Lorca en su obra, con el final trágico ante la imposibilidad de tener descendencia y acabando con quien, en cierta manera, es el hijo que nunca pudo ser.

El aire flamenco impuesto desde la música reafirma el aire de hispanidad que el autor le confiere a cada una de sus palabras y que en esta ocasión está presente en solo uno de los personajes secundarios ya que los protagónicos dicen sus líneas en un castellano neutro.

Una original presentación musical de la velada hecha por un personaje distinto al estilo minimalista de la puesta provoca en cierto grado un distanciamiento y curiosidad sobre su origen y finalidad en la trama. Planteo que nunca llega a responderse desde la dirección que opta por un estilo naturalista de marcación donde el protagonismo femenino indiscutible desde el argumento tiene un buen correlato interpretativo. Julieta Cancelli (directora también de la obra) realiza un trabajo sutil y con muchos recursos interpretativos efectivos, quien transmite de manera adecuada la ilusión de la recién casada, pasa al hastío y el aburrimiento de ser solo la mujer de alguien y no la madre de una criatura y culmina con un final bien resuelto para una joven actriz en uno de los roles femeninos trágicos del teatro universal que solo hacen aquellas intérpretes que han llegado al pináculo de su carrera.

El resto del elenco muestra un alto grado de heterogeneidad, desde la siempre brillante Pepa Luna, en esta oportunidad, destacándose como actriz en un papel secundario muy bien resuelto (sin contar con el estupendo aporte de su cante) hasta la falta de vena dramática y de convicción en sus parlamentos del actor que interpreta al marido de la protagonista. El otro punto negativo de la propuesta es el vestuario, que si bien en la protagonista es adecuado, llega a resulta de mal gusto estético y de realización los atuendos elegidos para el coro, tanto en las telas como en especial en los colores.

Pese a los cuestionamientos y falencias planteadas, la propuesta es válida para aquellos jóvenes que aman los musicales (uno de los pocos géneros teatrales que cuenta con fanáticos) quienes podrán tener un acercamiento, si bien no fiel pero si respetuoso, al maravilloso mundo lorquiano.