Agua

Por Rómulo Berruti

Gladys Lizarazu es una dramaturga sin mucha obra, pero con buena cosecha: estrenó en Alemania y Holanda Mujer en la ventana (Woman in window), en tanto que Considera esto... y Tres le valieron lanzamientos importantes (...)

Las ventanas indiscretas.

Gladys Lizarazu es una dramaturga sin mucha obra, pero con buena cosecha: estrenó en Alemania y Holanda Mujer en la ventana (Woman in window), en tanto que Considera esto... y Tres le valieron lanzamientos importantes y varios premios. Acaba de dar a conocer en la salita chica del San Martín Agua, donde su preocupación voyeurística no se anuncia en el título pero constituye la esencia temática. Como en aquél excelente film de Eddie Calcagno Los enemigos, una señora mayor que vive con un hombre algo más jóven y una empleada doméstica –en la película el hombre era su hijo- pasa muchas horas frente a la ventana. Enfrente, un grupo de jóvenes se divierte a su modo: sexo, droga y rock and roll. Las acciones de la pieza se desasarrollan en tres espacios que son los dos departamentos y un ciclorama envolvente donde se suceden imágenes de televisión. La intención de la autora puede descifrarse desde pistas cotidianas que aluden a la violencia, los secuestros y la falta de códigos, pero también desde una mirada entre piadosa e irritada hacia la vejez envidiosa y resentida. Como material es bueno. Pero falla la dramaturgia por la carencia de una bisagra que pueda unir de algún modo los dos mundos, ya que las proyecciones no cumple esa función. Así, las escenas saltan de un ámbito al otro mediante apagones, recurso cómodo para no construír el andamiaje pero peligroso para el interés del espectador. Agua sugiere varias cosas inquietantes, pretende ironizar y divertir a través de la ventana juvenil –un poco a la manera de Spregelburd en La estupidez- y lastima con los brochazos decadentes de la ventana senil. Pero se vive desde la platea la sensación de un bosquejo dramático no definitivo, como si algo faltara para configurar un hecho teatral valioso. Tal vez se necesitaba mayor y mejor pulido en la puesta de la misma Lizarazu, donde brillan los buenos –la excelente Graciela Araujo en la voyeur Aurora, Fernando Llosa, exacto y conmovedor en Ruco y la criada rica en sobreentendidos que dibuja Isabel Quinteros- pero hay desniveles notorios en los demás. Carla Crespo no consigue hacerse oír claramente en un recinto pequeño como la Cunill, y eso es descuido de dirección, aunque se muestran con buenas aproximaciones a sus papeles Martín Salazar y Julián Krakov dinamizando los tramos finales. Algo fuera de foco, Emiliano Boidi, Pilar Gamboa y Jessica Bacher. Completa el reparto sin mucho que hacer (pasa la mayor parte del tiempo inerte en un yacuzi) Min Ko. Gabriel Caputo imaginó una escenografía bastante cómplice, sobre todo en las transparencias de la última escena. En la sala Cunill Cabanellas del San Martín.