Alrededor de la jaula

Por Rómulo Berruti

El excelente relato de Haroldo Conti me presta el título (o se lo tomo prestado) porque lo que hacen los personajes de Los cuatro cubos es asumir y bordear, obsesivamente, el cautiverio representado por los cubos.

Los cuatro cubos

Mayo, 1980. Con Fernando Arrabal en su casa de París, analizando una partida de ajedrez...que lógicamente, perdí: era columnista de ajedrez de L´Express y jugador de primera categoría.

El excelente relato de Haroldo Conti me presta el título (o se lo tomo prestado) porque lo que hacen los personajes de Los cuatro cubos es asumir y bordear, obsesivamente, el cautiverio representado por los cubos. Estas estructuras de un metro por un metro permiten treparse a ellas, pero también habitar su interior, moverlas en simetría dependiente -no separarlas por completo- y poner fronteras al código de acciones. Arrabal debe haber escrito (no conozco el original) un esquema dentro del cual sea posible escenificar la asfixia, la falta de libertad. La fuga, o al menos el anhelo de fuga, es parte de la esencia de su teatro y su imposibilidad nutre el contenido de El cementerio de automóviles, su obra más representada.

Los cuatro cubos es una propuesta, una idea, una tortura moral: encerrar la vida en una geometría. Pero tal vez como ningún otro texto del norafricano devenido francés, requiere una concepción en sintonía casi perfecta. Sugerir que dos personas van intentar relacionarse sobre, dentro y en torno de cuatro cubos, es una cosa. Hacerlo, otra. El logro de la compañía Buster Keaton –que ha centralizado su labor en el teatro sin palabras- es grande. Pablo Bontá y Héctor Segura son responsables de los resultados. El segundo, por partido doble, ya que cubre uno de los personajes. En la función que vimos, el femenino estuvo a cargo de Eleonora Pereyra (se alterna con Pamela Vargas). Ambos son gimnastas consumados y lo necesitan, porque sus cuerpos deben saltar, encogerse o plegarse según el “diálogo” que intenten establecer. El espectáculo dura menos de una hora, pero alcanza para integrarse al juego. Si una de las claves reside en ese dominio corporal, la otra se apoya en el código de intenciones. Personaje A y Personaje B se buscan y se rechazan, se desean y se asustan, se agreden y se defienden, quieren sorprender y temen ser descubiertos. Los cubos acotan el territorio y abren camino al humor, un logro básico de esta experiencia. Cuando las posibilidades se agotan, ambos quedarán encerrados en sendos cubos, o sea dentro de sí mismos.

La búsqueda de Arrabal es similar a la de ¿Se ha vuelto Dios loco?, una obra posterior. Los cuatro cubos, discutible si se quiere como auténtica edificación escénica, le vino como anillo al dedo a este grupo para seguir buceando en la voz del cuerpo, acaso la primera que se hizo oír como gérmen teatral, en los más remotos rituales religiosos.-