Angustia y provocación

Por Rómulo Berruti

El mundo de Copi, ya muy conocido aquí, es una mesa de vivisección. En sus propuestas hay un elemento de quirófano, una autopsia, una ablación, una tortura quirúrgica.

El mundo de Copi, ya muy conocido aquí, es una mesa de vivisección. En sus propuestas hay un elemento de quirófano, una autopsia, una ablación, una tortura quirúrgica. No es para nada necesario que todo esto quede graficado en esos términos. Pero los personajes más temprano que tarde habrán de referirse a pérdidas y mutaciones que son genitales, sexuales y de identidad. El homosexual (o la dificultad para expresarse) no escapa a esta regla sino que la ratifica. Inscripta en el disparate, la obra -que no conocemos, por lo cual ignoramos cuánto tiene de original y cuánto de adaptación- transcurre en Rusia no tanto por razones geopolíticas sino meramente geográficas y teatrales: el vastísimo territorio y su inhóspito clima ayudan a generar una especie de alegoría. Allí, la Sra. Simpson, su hija Irina y la Sra. Garbo -su profesora de piano- son algo así como una simbiosis de cuerpos y prótesis. La Simpson es también señor porque tiene atributos masculinos, al igual que la Garbo, un bisexual hermafrodita más definido. La jóven Irina, verdadero monstruo, es asimismo un ser muy extraño, difícil de definir y manejar, extraordinariamente promiscuo (es penetrada por todos en cualquier sitio) y de agresiva incontinencia intestinal. Sólo el oficial Garbenko parece un espía fugaz del mundo “normal”. Como se ve, el universo escatológico de Copi casi en estado puro. También una angustia homosexual arquetípica y un lenguaje soez al extremo definen sin errores sus opciones escénicas. Es probable que una firma tan prestigiosa sirva de blindaje para ciertas vulgaridades que quizás no hubieran gozado de indulgencia si se tratara de un autor con menos “chapa”. El espectáculo, puesto por Guillermo Ghío, no puede disimular las reiteraciones un poco fatigosas del discurso elegido y tampoco el andar por momentos vacilante de la propuesta temática. Trata de compensar con las actuaciones, en general acertadas y atractivas. Carlos Portaluppi es un intérprete en su gran momento, muy requerido para personajes disímiles, que aquí asume con oficio y algunos chispazos de talento a la Sra. Garbo. Muy eficaz es la composición de Marcos Montes como la Sra. Simpson, manejada en un registro deliberadamente paródico de una madre rioplatense. Difícil es el desafío para Catherine Biquard en Irina, un papel bastante complicado y lleno de celadas, pero lo resuelve tirándose a la pileta sin saber si está llena. Leandro Puerta es un actor visiblemente flojo, que además aparece doblado en un organista que subraya la acción con algunos filamentos musicales. Gladys Pereyra Alonso acertó en el vestuario y el mismo Ghío se conformó con una escenografía simple que se adapta al espacio. En Anfitrión.