Arthur Miller, la gran voz del siglo veinte

Por Rómulo Berruti

No era fácil decidirse por este título. Un siglo es mucho tiempo. Y junto al gran dramaturgo norteamericano brilla como una gema única su compatriota Teneessee Williams.

No era fácil decidirse por este título. Un siglo es mucho tiempo. Y junto al gran dramaturgo norteamericano brilla como una gema única su compatriota Teneessee Williams. Y el último Bernard Shaw. Y Pinter, Anouilh, Ionesco, Beckett. Y Edward Albee o Elmer Rice o William Saroyan, también de su país. Tantos… Sin embargo, hay un elemento que justifica distinguirlo entre quienes escribieron teatro junto a él: su percepción de la injusticia social. Todas las obras de Arthur Miller apuntan a la denuncia y la piedad. Denuncia contra los excesos del capitalismo, piedad hacia sus víctimas. A veces, como en la colosal Muerte de un viajante, el mensaje es directo, es una trompada que hace trizas el sueño americano. Otras, como Las brujas de Salem, eligen la alegoría, en este caso para poner en la picota la caza de brujas del macartismo a principios de los cincuenta. Panorama desde el puente, una obra extraordinaria, utiliza las angustias de la inmigración ilegal para establecer los cánones de un dilema de conciencia. Estas tres columnas sostienen sin duda gran parte de la dramaturgia de Estados Unidos, porque además son tragedias modernas de una construcción perfecta. Sólo Miller consiguió replantear el esquema griego partiendo de historias actuales y situaciones cotidianas. Allí donde otros se hubieran empantanado en el melodrama, él se empinó hacia la tragedia. Y por si fuera poco, supo ser un escritor esencialmente moral. También fuera de la escena, porque su novela Focus, escasamente leída, tiene un elevado rango humanista. Buenos Aires, capital mundial del teatro, hizo todo Miller. Mejor o peor, pero a las ya mencionadas cabe agregar, entre otras, Todos eran mis hijos y Recuerdo de dos lunes. Tuvo, es cierto, un resbalón autobiográfico con Después de la caída, donde hace foco en su relación con Marilyn Monroe. No es una obra mala, pero se queda lejos de lo mejor. A los 89, este faro luminoso de la cultura occidental claudicó ante la neumonía y un viejo cáncer. Pero tendrá la suerte que sólo disfrutan los autores teatrales: sus criaturas encarnarán una y otra vez y lo meterán a él mismo en el cuerpo de un actor. La calidad de su corpus literario le garantiza abundantes resurrecciones.-