Bastarda sin nombre (Mar del Plata)

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Por Fabián D´Amico

Poético e intenso espectáculo que muestra un costado poco abordado de la vida de Eva Perón. Entrega y profesionalismo en la actuación de Roxana Randon acompañada por la música en vivo de Mateo Margulis.

Una mujer aparece sobre el escenario y se presenta como María Eva, la lagartija, la guacha, la bastarda sin nombre. Poco importa quién es esa persona, de donde viene y en nombre de quien habla. Solo importa lo que dice y como lo hace. Las palabras brotan de su boca y se hilvanan en un poético relato cercano más a un cuento que a un monólogo. Y de ese relato se indaga, se construye y se muestra uno de los rasgos más notorios del carácter de “la abanderada de los humildes”: el resentimiento.

Eva es una niña que sabe quién es su padre pero no quiere saber nada de él. La única de los hermanos “guachos” Duarte que no lleva ese apellido. Carga con la cruz de ser bastarda y no tener nombre. Su madre es su único referente, su único origen. La observa coser en su máquina Singer y ve como “el estanciero” hace de ella solo un objeto de entretenimiento y dominación. El tren que llega a Los Toldos y su rumor son vías de escape para tal opresión. El velorio de su padre y el enfrentamiento con los “verdaderos” Duarte la signan para siempre. El germen de un odio profundo hacia la oligarquía que con el tiempo se engrandecerá y será razón de su lucha política.

Su juventud, Magaldi, el tren de su infancia que la lleva a la gran ciudad, la radio y sus amigos leales-Pierina Dealissi, Fanny Navarro, Hugo del Carril- sus enemigos, su ascenso, el general Perón, su gloria y temprano ocaso. Una vida tan corta como intensa contada en apenas una hora, donde se deja de lado el historicismo y se da relevancia a la infancia de Evita como cuna de todos sus recuerdos dolorosos.

El silencio puede escucharse en la sala como si en lugar de una representación teatral nos encontraríamos frente a una ceremonia religiosa. Una historia tan conocida como nuestra es abordada desde un ángulo poco explotado y con una poética nada usual. La pieza de Cristina Escofet nos retrotrae a los relatos campestres, a las anécdotas ancestrales, con partes en verso y el agregado de guitarra y voz en vivo, tan autóctonos como las raíces que se intentan reflejar. Texto y canciones en una comunión precisa, se aúnan en post de una narración onírica y cargada de simbolismo.

Uno de los méritos de la puesta es el ámbito elegido para plasmar la obra. Un espacio despejado pero a la vez con elementos referentes de una clase aristocrática en donde nada es meramente decorativo. Un secreter con joyas, copas de champagne, taburetes y lámparas distinguidas delimitan espacios referenciales para el desarrollo de la acción dramática.

La dirección de actores de Javier Margulis es preciosista y minuciosa. Utiliza el pequeño espacio para que Roxana Randon despliegue su profesionalismo sin lugar al más mínimo desborde. Cada gesto, acción y elemento está en post de un excelente resultado final. Randon con solo soltarse el pelo, colocarse un sombrero, joyas y una piel o la simple acción de pintarse los labios cambia de clima, de entonación, de registro. Su actuación atrapa al espectador y lo lleva desde el rechazo hacia la emoción en una misma escena.

No se pude considerar a Bastarda sin nombre como un monólogo o un unipersonal porque la brillante performance de la actriz no sería tal sin la presencia de Mateo Margulis, una voz plena de sugestión que se convierte con sus canciones en parte fundamental del relato y de la puesta, estéticamente iluminada por Marco Pastorino.

Un espectáculo con un texto tan poético como intenso que acerca un costado poco indagado de una figura emblemática e icónica de la argentinidad.