Burdel 59: la casa paga

Por Rómulo Berruti

En La Comedia se puso en marcha un music-hall prostibulario bastante entretenido y además a las chicas se les paga con plata de la casa.

Con el clásico esquema de varieté picaresco que tantos antecedentes registra en la historia teatral de Buenos Aires, Martín Piñol como autor y director estrenó Burdel 59. La propuesta es simple, la madame y cuatro pupilas reviven aquellos divertidos lenocinios que decapitó la ley de profilaxis en 1937 y que ofrecían distintas categorías de servicio, escenografía y vestuario. Todos provenían del modelo francés y el más famoso funcionó en Rosario bajo el nombre de Madame Safo. El que recrea Piñol es de los menos lujosos pero como compensación la patrona y sus chicas actúan con mucho desprejuicio. Como al público masculino se le reparten unos billetitos (que en este caso también deberían llamarse gaturros) Madam Bubié -el programa eliminó la “e” final- baja a la platea, busca un espectador y le hace elegir una prosti a cambio de ese papel moneda. La señorita en cuestión también interactuará con el espectador-cliente todo lo que se pueda y luego en un par de casos tendrán su propio y fugaz unipersonal.

Como corresponde, el rojo manda en escena y el personal castiga la lencería del caso. Nada nuevo ni sorprendente, pero al espectáculo debe acreditársele bastante simpatía y caradurez en su modestia esencial. Mariana Otero tiene más papel y lo usa bien como Madam Bubié, es la bastonera, le quita al público una eventual timidez y como en los prostíbulos de verdad, marca la actividad de sus muchachas. Dos son las que se juegan en una actuación en serio abordando monólogos cuya letra les pertenece, son Soeli Naveira (Justine) y Lorena Avegliano (Juliette). Ambas lo hacen bien y se ganan los aplusos que cosechan. Nara Carreira y Bárbara Fuentes Rubio (Madelaine y Sophie) no tienen número propio –al menos por ahora- pero llenan el escenario con la suficiente presencia. Es discutible el papel que cumple en Burdel 59 el único actor, Rodrigo Pedreira, porque su intervención, un poco a la manera de los chansonieres tipo Maurice Chevalier, es fugaz y no aporta demasiado aunque lo hace respetando el modelo para armar. Breve –tal vez demasiado- el juego fue recibido con simpatía por una concurrencia donde la noche de estreno abundaban los amigos que ya se sabe, siempre hacen de barras bravas.