Casa de dos puertas (y camarines...) malos de guardar

Por Rómulo Berruti

Uno de los espectáculos que mayor interés despertaron en Buenos Aires, creado por Rubén Szchumacher en Kafka, Lambaré al 800, es El siglo de oro del peronismo, ahora repuesto.

Uno de los espectáculos que mayor interés despertaron en Buenos Aires, creado por Rubén Szchumacher en Kafka, Lambaré al 800, es El siglo de oro del peronismo, ahora repuesto. El mayor atractivo de la propuesta de este director tan creativo no estriba en el fondo sino en la forma, porque es muy bueno el truco puesto en marcha. En rigor cada función son dos, ya que los espectadores y los actores rotan de sala: un grupo ve primero una versión del clásico de Calderón Casa de dos puertas mala es de guardar y luego, en el patio de camarines, otra pieza armada con lo que se dicen los actores cuando dejan el escenario formal para tomarse un respiro. Después, al revés, los que vieron una verán la otra. Más próximo a las mieles del ejercicio que a las exigencias convencionales pero con mucha seducción, El siglo de oro... exige una perfecta sincronización por parte del elenco ya que cuando sus personajes salen de un escenario los espera otra platea en la trastienda. Así, cada entrada y salida debe estar milimetrada. Y lo está, inclusive con Szchumacher convertido -la noche que estuvimos- en un tecnificado asistente. Pero también exige del espectador un participación activa para asimilar este quiebre. Las intenciones son varias, no sólo se propone un doble actuación en situaciones bien diversas, sino también un experimento semántico bastante curioso: el texto calderoniano, palabra pura, entonación, manierismo y juego de puertas como en el vodevil francés, se convierte en palabras sueltas y discursos entrecortados dentro de una línea que simula la naturalidad como antes simulaba el tinglado de la antigua farsa. En el patio de camarines el tema es el peronismo y la enorme cicatriz que produjo en la familia argentina. Comunidad Organizada, donde Marcelo Bertuccio y Rubén Szchumacher toman el lugar de Calderón, es la más interesante de las dos convocatorias y allí los apagones van marcando el devenir de Perón y Evita desde el apogeo hasta la caída. Sutiles cambios de utilería subrayan el cambio de conductas: una foto de la pareja gobernante ha desaparecido en el final y la “peruca” encendida de pasión deviene en gorila convencida. Por cierto, aunque entrecortada porque los actores deben salir a cada rato para hacer Casa de dos puertas..., ésta es la obra que cuenta. Y conviene aclarar que además de lo bien armada que está la trampa donde ustedes quedarán atrapados, es muy sutil la tentación del cebo elegido: ¿quién lo suficientemente despierto no se burlará de la tosca convención del clásico español ante el inquietante grotesco sociopolítico del patio de camarines? Uno no elige cuál ve primero, llega y le dan un pase azul o un rojo. En lo personal, creo que es mejor debutar con Calderón y espiar luego lo que pasa atrás –es lo que decidieron para mí-. Pero queda después, al menos para el teatrero veterano, las ganas de disfrutar la otra variante para retorcer todavía más el juego. Un elenco que entendió la idea y sabe ejecutarla asume la riesgosa y pienso que agotadora experiencia: Berta Gagliano, Irina Alonso, Pablo Caramelo, Agustín Rittano, Julieta Aure, Rodolfo Roca, Cecilia Peluffo, Javier Rodríguez y Pablo Messiez. Sólo Graciela Martinelli no se viste de siglo de oro, porque es la cuidadora de los camarines y nada tiene que hacer en el decorado calderoniano. Si le gusta el teatro con desafíos, no se pierda El sigo de oro del peronismo. Y si es medio voyeur, saque la entrada mañana mismo.