Composición: tema, la vaca

Por Rómulo Berruti

Con la expectativa que siempre tienen sus estrenos, Mauricio Kartún volvió al escenario con 'El Niño Argentino', escrita y dirigida por él.

Con la expectativa y la difusión previa que siempre tienen sus estrenos, Mauricio Kartún volvió al escenario –esta vez el de la salita Cunill del San Martín- con El niño argentino, escrita y dirigida por él. Ubicado cómodamente al tope del podio de los autores argentinos en lo que hace a calidad y fortaleza de la estructura dramática, Kartún ( Desde la lona, Rápido nocturno aire de foxtrot y La Madonnita como más recientes) es un obsesivo escultor del lenguaje. Aunque sus obras tienen fluidez y no son eruditas, uno entiende pronto que cada palabra está donde está por alguna razón y que un sinónimo no sería lo mismo. Esta sensación se agudiza leyendo su teatro: un ejemplo es su anterior entrega, La Madonnita, que más allá de la seducción escénica que desplegaba crece con una lectura posterior. El niño argentino es en este sentido todo un alarde, porque el autor rescata el verso como recurso absoluto del texto y sabemos que nuestros actores no se sienten cómodos con él. Kartún lo atribuye en una nota periodística a la formación rusa del actor nacional, que lo alejó muy pronto de la obras clásicas. Es una visión interesante, pero convendría recordar que durante muchos años los intérpretes populares -no los “cultos”- se movían como pez en el agua con el verso de Vacarezza y otros saineteros por instinto puro y no por prescindencia de Moscú en su formación. Precisamente el verso campero y de algún modo sainetesco -dos cadencias distintas- es el que resucita Kartún en esta pieza. La intención es absolutamente paródica y gira en torno a la ya célebre desmesura nuvaux riche de llevar la vaca en el barco para disponer de leche fresca cada mañana. Este disparate rastacuero brinda material muy rico. La acción transcurre en la bodega de la nave donde viaja la vaca, cuidada por El Muchacho, un típico peón del campo argentino, quien ha establecido un vínculo afectivo/amoroso con su Aurora. El idilio será interrumpido primero y destrozado después por El Niño Argentino, hijo del oligarca de turno, por lo tanto dueño de la vaca, modelado por Kartún con una verdadera colección de tics que caricaturizan los mandatos de su clase. El golpe maestro que articula esta fábula es que los tres (el rumiante es asumido por una actriz) forman parte de la troupe de varieté Achalay: se genera así un juego de cajas chinas y de teatro dentro del teatro. En rigor el Niño es el clown -o payaso blanco- siempre por encima del tony -el Muchacho- en riqueza de vestuario, pericia contra torpeza y dotes de mando.
El niño argentino es una experiencia curiosa y apasionante para espectadores más o menos entrenados en nuevas dramaturgias. Pero un poco decepcionante para el público común. Y esto se debe a la duración de 100 minutos, aceptable en términos generales, pero excesiva cuando la gracia que causa el diálogo en verso va perdiendo eficacia y el truco básico le sigue los pasos. La primera hora es de gran impacto, el resto cuesta más. Sin embargo el último tramo vuelve a crecer condensando un clima oprimente de notable factura teatral. La muerte que precede a la mutación de cierre y la transformación reinvindicatoria configuran un final de rara perfección, donde la música del acordeón espesa una atmósfera cautivante. En lo interpretativo, Osqui Guzmán como El Muchacho no sólo ratifica su talento ya demostrado, sino que alcanza niveles muy altos. Desde la zozobra del peoncito atolondrado hasta la oscura venganza con que culmina el ratablo, su trabajo es extraordinario. En otro registro, lo que hace Mike Amigorena como El Niño Argentino es igualmente admirable, no sólo porque captó muy sutilmente las intenciones del autor-director sino porque se luce en una serie de habilidades de music hall nada fáciles, desde una pequeña ventriloquía hasta el recorrido de tonos de voz, pasando por varias travesuras faciales propias del circo. Juntos, logran una muy feliz complementación. Menos favorecida por el personaje y por sus cualidades, María Inés Sancerni hace de vaca sin desnivelar el espectáculo. La ambientación de Héctor Calmet -y Miguel Morales en las luces- es impecable y tiene espesura propia, con lo cual el propósito de Mauricio Kartún queda cabalmente cristalizado. Y sin duda, como con La Madonnita, dará mucho que hablar.-