Cuando el surrealismo boicotea al teatro

Por Damián Faccini

Balbuceantes nos invita a un recorrido surrealista, al inconsciente de seres cuyas historias podrían pertenecerles o no.

En medio de retazos de cuerpos, agigantados, fraccionados y fragmentados al igual que las palabras que se hilvanan unas con otras, en una suerte de discurrir de la conciencia y de cadáver exquisito, balbuceantes nos invita a un recorrido surrealista, al inconsciente de seres cuyas historias podrían pertenecerles o no, con las cuales hemos de identificarnos o sentir un rechazo inmediato.

Innegablemente uno no puede abandonar la clásica postura de buscarle la punta al hilo de la madeja; de hacer coincidir figuras geométricas en un fondo igualmente geométrico; de pedirle a cada historia el principio, nudo y desenlace que la dramaturgia nos tiene acostumbrados y quizá sea eso lo que más choque al momento de analizar la pieza. Lo escatológico se hace también presente en la mayoría de los relatos, de manera acertada en ciertas ocasiones y en otros sin un sentido que lo justifique.

Algunas historias (como la de la mujer mayor, su dentadura y el sexo con el aprendiz) se nos presentan graciosas e interesantes pero no alcanzan el clímax tal vez por esa intención que nutre toda la pieza y que consiste en hacer las cosas a “media máquina”. En respetar el concepto de “balbucear” y no decir nada en concreto ni de manera completa.

Quizá a ciertos espectadores pueda entusiasmarles esta experiencia de un teatro que transporta cuentos y textos de manera literal a escena en lugar de convertir las palabras en acción y las ideas en imágenes. Para otros, asistir a la representación de soliloquios agotadores y frágiles, tan sólo provoca una sensación amarga y carente de sentido.