El descueve: inspiración, gimnasia y técnica. (Hermosura)

Por Rómulo Berruti

Coincidiendo con la primera ola de calor, volvió El descueve, un grupo que tiene público propio, joven y muy participativo.

Coincidiendo con la primera ola de calor, volvió El descueve, un grupo que tiene público propio, joven y muy participativo. Acaba de reponer Hermosura, un espectáculo donde manda la coreografía, se luce el despliegue corporal y se perciben destellos de inspiración. La trama de fondo juega con distintas opciones amorosas, desde el acercamiento inicial hasta la rutina irritante, pasando por diversas exaltaciones pero siempre con la pincelada del humor. Sobre la alfombra que cubre el escenario de la sala Picasso de La Plaza los intérpretes harán un poco de todo, usando cada tanto una cabina pequeña que sirve como baño, vestuario, cabina y cualquier cosa que permita fantasear soledad encapsulada.

Los titulares son Gabriela Barberio, Carlos Casella y María Ucedo, esta vez con Juan Minujín y Daniel Cúparo como invitados. Todos tienen, sabia distribución mediante, su momento y se lucen también en las escenas de conjunto. Brillan el monólogo erótico dicho en cocoliche tipo película italiana clase B por un personaje masculino (el programa no permite identificar a cada uno) y algunos tramos del distanciamiento de pareja ubicado en el comienzo: en ambos casos se perciben aciertos de texto que no se reiteran en otros cuadros.

El descueve se apoya en un código firme y en una mecánica teatral aceitada. El primero le permite sintonizar de inmediato con la platea y la segunda hacerlo todo bien, con esa seguridad que brinda el terreno muy conocido. Otra virtud nada despreciable es el excelente sonido (Martín Menzel), indispensable para una propuesta de este tipo porque juega como un personaje más.

Hermosura tiene mucho gancho, seduce, sorprende a veces y demuestra que el oficio no es un lastre ni la solidez profesional algo prescindible. Vale la pena pasar una hora diez con esta gente.