El juego de las cajas chinas

Por Rómulo Berruti

Embarcada con buena brújula en propuestas modernas, actuales y atractivas, la empresa de La Plaza vuelve a apostar por un teatro ajedrecístico, de fuerte incidencia mental.

Embarcada con buena brújula en propuestas modernas, actuales y atractivas, la empresa de La Plaza vuelve a apostar por un teatro ajedrecístico, de fuerte incidencia mental. Lo fue Pequeños crímenes conyugales (Eric E. Schmitt), lo es Una mujer en mi cabeza (Oscar Martínez) y también El método Grönholm, pieza del catalán Jordi Galcerán que acaba de subir a escena con puesta de Daniel Veronese y trabajos de Gabriel Goity, Jorge Suárez, Alejandra Flechner y Martín Seefeld. El programa incluye un prólogo del director acerca del tema y un dato escalofriante (sic): la crueldad puesta en marcha para seleccionar personal en una gran empresa -lo que muestra la obra- se basa en experiencias reales. El asunto es simple, su resolución, angustiosa y compleja. La compañía Dekia cita cuatro personas para cubrir un cargo jerárquico importante. Todos serán sometidos a inducciones de competencia feroz y sobre todo, a dudas permanentes. La primera consigna que llega de manera mecánica a la sala donde todos esperan, habla de un infiltrado entre ellos que sería en realidad un empleado de Dekia. Sobre esta posibilidad transcurrirá una fría sesión de tortura moral en batalla de todos contra todos. Están siendo observados y evaluados, de lo que digan y hagan dependerá para quién es el puesto. El autor, astutamente adaptado por Betty Couceiro con un lenguaje de gran impacto, aprovecha sin duda elementos de test verdaderos cuyo objetivo es conseguir el ejecutivo ideal. Como dice el personaje femenino, no un buen tipo disfrazado de hijo de puta sino un hijo de puta disfrazado de buen tipo. A lo largo de una hora y veinte, visicitudes muy dolorosas reales y fingidas irán dibujando el gráfico de una ambición que omite toda memoria de la ética. El juego de las cajas chinas amenaza no terminar jamás. ¿Sobre quién habrá de cerrarse la trampa? Veronese respetó la propuesta del texto, aprovechó lo mejor posible las situaciones y diálogos humorísticos pero congeló la conducta de los personajes en lo que hace a sus impulsos más obvios. Nadie puede dar la chance de mostrarse tal como es, el ojo del Gran Hermano está clavado en ellos para descubrir y castigar el menor atisbo de debilidad. Un elenco muy sólido interpreta esta obra tramposa pero eficaz. Sin duda, por incidencia de los papeles y por propia gravitación, Gabriel Goity y Jorge Suárez se quedan con el lomo de la gacela: son los más aplaudidos y por ellos dos pasan los mejores momentos del espectáculo. El primero, un ruin de vidriera, el segundo, un hipócrita casi perfecto. Pero desde sus sitios, Alejandra Flechner –casi una bisagra bien aceitada entre la mentira y la verdad- y Martín Seefeld –a veces el fusible que debe saltar- aportan la colchoneta de rebote. Los cuatro brillan y atrapan a la platea con los anzuelos de este acertijo que bajo la risa, deja ver la impiedad helada del siglo XXI: la adenalina de la competencia.-