El manjar, o la prostituta irrespetuosa

Por Rómulo Berruti

La acción del El manjar –obra de Susana Torrres Molina- transcurre en la mezquina y triste habitación de un hotelucho pueblerino.

Cuando Miguel, un sexagenario de poca salud e igualmente escasos escrúpulos emprende viaje con Luisa para ubicarla como “empleada” en “una casa” del interior, está lejos de imaginar que la menor le tiene preparada una sorpresa muy, pero muy desagradable. La acción del El manjar –obra de Susana Torrres Molina- transcurre en la mezquina y triste habitación de un hotelucho pueblerino. En ese escenario tan poco promisorio, Luisa diseña y ejecuta una perfecta venganza que implica a la vez un excelente negocio. Sabedora de que será vendida como prostituta en una whiskería de mala muerte, se consigue un cómplice-novio, Leo, para pasar de víctima a victimaria, de perro a garrapata. Su mala infancia le proporciona la coartada moral y la maquinaria bien aceitada de su deseo, la audacia necesaria para ejecutar el plan. Uno intuye pronto que para Miguel la suerte está echada.
Los contenidos de la pieza están empapados de un cinismo que emana generoso en los parlamentos de Luisa y Leo, al mismo tiempo que de una sordidez de fondo que a veces corporiza y otras veces no. Torre Molina disfraza en el comienzo su trabajo con un envoltorio realista que desnuda luego –como lo explicita el programa de mano- una fábula cruel donde no faltan toques de sutil perversidad como el ambiguo mapa de los afectos de Luisa, donde se leen datos contradictorios.

La puesta de Patricio Contreras en su debut como director consigue a veces explorar con acierto ese mundo de profundo rencor femenino, pero se pierde también en algunas vacilaciones formales como los indicadores del paso del tiempo, que pueden ser confusos. Su labor es valiosa de todos modos no sólo considerando que dirigir no es nada fácil sino también que el material de que dispuso esconde muchas celadas. Contada con los datos de su cáscara, El manjar sería un olvidable pantallazo costumbrista. Escarbando en sus sibilinas intenciones, hay bastante más.

En los trabajos interpretativos se perciben dos zonas bastante bien demarcadas. La de la pareja, donde hay indicios de un vínculo entre Anabella Simonetti y Esteban Meloni, y la de Héctor Malamud donde impera la soledad de un actor con mucho oficio pero que tal vez todavía no se relaciona muy bien con su personaje y con los otros dos. Aunque la Simonetti está muy bien y aprovecha con astucia su falso protagónico, es en el estupor, el fracaso y la angustia del perdedor –equipaje de Malamud- donde debería sustentarse la tristeza profunda del texto. Debería, no se logra del todo y creo que es lo que le falta a El manjar, un plato de fresca carne femenina, pero arteramente envenenado.-