El público no se equivoca

Por Rómulo Berruti

El estreno del El graduado en Buenos Aires estuvo rodeado de un escepticismo crítico –en general confirmado luego en las reseñas- que anclaba en diversos factores: la trasposición de cine a teatro.

El estreno del El graduado en Buenos Aires estuvo rodeado de un escepticismo crítico –en general confirmado luego en las reseñas- que anclaba en diversos factores: la trasposición de cine a teatro, México como país de orígen de la versión (solemos no aceptar en América Latina aciertos escénicos que no sean argentinos), cierta vejez del original temático, la falta de brillo en los nombres que acompañan a la figura central, un supuesto tufo a mamotreto hipercomercial y Nacha, claro, que quiere hacerlo todo. Ví la función no muy contaminado –pero algo sí- con estos prejuicios. Y la ví un miércoles con la sala repleta (la entrada no es barata) y frecuentes aplausos que premiaban la escenas de cierre. El final fue casi ovacionado. A la salida, traté de pescar comentarios que completaran el panorama de este certero blanco en el gusto de la gente: comprobé que nadie compró del todo la historia en sí misma pero todos resultaron seducidos por las ideas de producción y puesta. No se equivocan. El graduado es un ejercicio imaginativo que rescata un melodrama de ayer –hoy las señoras Robinson anda de a miles por la calle con sus nuevas y jóvenes conquistas- con sabiduría lo despoja de su carnadura emocional y más aún, hasta de su carnadura humana. Se queda con el juego y arma un clip teatral. Las proyecciones simultáneas y los juegos ópticos –en especial la persiana que muestra y oculta el “fantasma” de la mala mujer sobre la cabeza misma de los flamantes novios- indican esta intención. Queda claro entonces que si se piensa en el film como referencia no se llegará a destino y tampoco si se espera sentir el amor, la pasión, la lujuria y la revancha. Esto no es una obra convencional, tanto, que sus habitantes más parecen hologramas que personajes con una estructura dramática clásica. Las marcaciones de Elaine, la hija de la Sra. Robinson, y de la Sra. Braddock, la madre del hiperactivo Benjamín, no guardan ningún as en la manga. Mercedes Funes, excelente y muy ganadora con la platea, está dibujada como una barbie mecánica que exagera con rigideces de vidriera todo lo que le pasa. Luz Kerz, excelente actriz, se mete de lleno en una caricutura de la sitcom de pantalla chica. Y el espectador no se desorienta, adivina el desafío y lo disfruta. Más reales, pero hasta ahí nomás, vemos a la ninfómana y su presa. Nacha Guevara, sarcástica y cínica hasta la burla, estupenda en el protagónico, se banca muy bien el desnudo bastante iluminado, lleva los hilos hasta cuando deja el escenario y es la que nos recuerda siempre que primero está la libertad individual. La Robinson presiente ya –como la Margo Chaning de La malvada- que en el mazo quedan pocos naipes. Felipe Colombo compone a Benjamín con más proximidad a la calidez y a la espontaneidad, un sendero prohibido en esta concepción de puesta pero grato en su caso. La pronunciación mexicana choca al principio pero la TV ha hecho de nosotros traductores velocísimos de tonadas. Otro acierto es el marido engañado que consigue Antonio Caride, bastante mejor que el difuso Mr. Braddock de Jorge Schubert. Fanny Blanco (la stripper) se roba cómodamente su momento y el eficaz Omar Pini está mejor en el psiquíatra –que le dá más papel- que en sus otras dos apariciones. Las ambientaciones son de fuerte impacto, sobre todo los rojos brillantes del bar. Y la música, elemento decisivo, tiene temas tan ganadores que aportan esa ternura deliberadamente ausente en los intérpretes. Felipe Fernández del Paso, director, adaptador y diseñador escenográfico demuestra aquí que sabe mucho de todo este negocio. Tiene audacia, gusto y mano firme. Eugenio Zanetti no está solo entre los hispanoparlantes que pisan la alfombra roja. El graduado atrapa con su propuesta diferente. El púbico, una vez más, no se equivoca.-