En vivo y en desnudo: historia de un golpe de audacia.

Por Rómulo Berruti

Hasta el 73, la revista porteña era un negocio bipolar. Un gran negocio de quince funciones semanales -viernes, sábados y domingos se hacían tres, con descanso los lunes- que se repartían en cómoda y pacífica competencia, dos salas: Maipo y El Nacional.

Adelanto de un capítulo del libro evocativo de Rómulo Berruti El salmón con plumas (y otras historias de camarín) de próxima aparición.

Hasta el 73, la revista porteña era un negocio bipolar. Un gran negocio de quince funciones semanales -viernes, sábados y domingos se hacían tres, con descanso los lunes- que se repartían en cómoda y pacífica competencia, dos salas: Maipo y El Nacional. En términos generales, las dos llenaban casi siempre, monopolizando el género y por lo tanto, también sus figuras de primera línea en todos los rubros. Con Nélida Roca, Mario Fortuna, Alberto Anchart padre, Marcos Caplán, Dringue Farías y Carlos Castro (Castrito), un sólido plantel femenino y el desfile de figuras internacionales importantes, el Maipo corrió solo muchos años. Pero en los cincuenta, el autor y productor Carlos A. Petit irrumpió como una tromba haciendo de El Nacional, el que fuera venerable reducto del sainete, un muy importante escenario revisteril. La apertura de este nuevo frente coincidió con el flamante poder de consumo de los argentinos en esa época y el teatro de Corrientes casi Carlos Pellegrini consiguió imponerse en forma rotunda, sin arruinar a sus vecinos de la calle Esmeralda. Petit, eso sí, capturó a Nélida Roca, la hizo formar rubro con Adolfo Stray, les otorgó porcentaje -una audaz novedad empresaria que al dueño del Maipo, Luis César Amadori, le daba en el hígado porque debió aceptar también él las reglas del juego- y se cansó de poner el cartelito no hay más localidades. Así, Maipo y El Nacional perdían y recuperaban nombres muy taquilleros -Nélida Lobato, José Marrone, Alfredo Barbieri, Don Pelele- pero cerrando el círculo sin enemigos a la vista. Sobraba público para los dos.

Sin embargo, la revista y su formidable capacidad de convocatoria había estado siempre instalada en el apetito de otros empresarios. Pero nadie se atrevía, porque el género exigía costos muy elevados de producción y doblarles el brazo a Petit y Amadori tenía cierto contenido utópico. Para afrontar la aventura hacía falta un kamikase. El periodismo ya lo tenía hacía rato: Héctor Ricardo García, propietario-director-redactor de Crónica y varias revistas, patrón de Radio Colonia, licenciatario de Canal 11 y dueño del teatro Astros, una sala de generosa capacidad en Corrientes entre Esmeralda y Maipú que en otros tiempos había sido el cine Astor. A mediados del 72, García empezó a soñar con la revista. Tenía dinero fresco, mucho empuje y levadura de batallador. Le faltaban los autores-directores, pieza esencial para la dura competencia que se avecinaba. Me corrijo, no le faltaban, los tenía, porque ellos fueron las turbinas del proyecto: Gerardo y Hugo Sofovich. Triunfadores en la televisión con sus programas cómicos, conocedores profundos del medio y encarando su primer proyecto cinematográfico, Los caballeros de la cama redonda, que un mes antes de la inauguración del Astros revisteril se convertiría en exitosísimo trampolín para las fórmula Porcel-Olmedo, eran número puesto.

Pero además, en la decisión de abrirse paso influyó un hecho de significativa importancia. Para esa fecha, una larga batalla judicial entre Petit -en su carácter de muy antiguo arrendatario- y Alejandro Romay como nuevo propietario de El Nacional, se resolvía en favor del segundo. Agotadas las chicanas habilísimas que año tras año interponía el excelente abogado de Petit, Yurrebaso Viale, el zar de Canal 9 tomaba posesión de la sala.

Aunque todos descontaban que el revistero veterano buscaría otro sitio de primera línea para seguir con sus espectáculos, en rigor, El Nacional se borraba como rival inmediato. Romay necesitaba tiempo para estructurar una programación competitiva y Petit en otra sala, no era la misma cosa. El cálculo cerró bien: el 28 de marzo C. P. abrió su itinerario en el Cómico, el viejo y famoso teatro de Lola Membrives ubicado en Corrientes entre Libertad y Talcahuano. Lo hizo con una revista titulada STRAY AL GOBIERNO, MARRONE AL PODER, aprovechando el muy reciente triunfo de Cámpora, utilizado de inmediato por el peronismo con la frase “Cámpora al gobierno, Perón al poder”. Los dos cómicos mencionados eran casi la única atracción, con la vedette Katia Iaros y la cantante Estela Raval. No anduvo bien: para el público, la revista tenía su zona del otro lado del obelisco.
Mientras el escenario del Astros comenzaba lentamente a nacer como el tercero en discordia, el ambiente no hablaba de otra cosa. La mayoría vaticinaba un resbalón. “Se los va a comer el león”, “el mercado no aguanta tres teatros de revistas”, “Estos soberbios no saben dónde se meten”, “Los Sofovich no van a ser capaces de manejar un elenco de cómicos y vedettes”, “No tienen a nadie, van a armar un rejuntado”, “?Quién les hace la coreografía?”, eran voces frecuentes y confluentes. A Carlos Petit se le atribuía una frase pronunciada entre risitas aludiendo a García y los dos hermanos Sofovich: “Ahí van los tres chiflados”. En parte, esta malevolencia tenía cierto asidero. Las figuras verdaderamente fuertes estaban contratadas por el Maipo (Porcel, Ethel y Gogo Rojo, Dringue Farías, Osvaldo Pacheco, Juan Carlos Calabró) y el Cómico, con Stray y Marrone. Intentar una revista contra esos nombres era muy difícil y manejar un espectáculo de esa índole, tarea ciclópea. Pero los Sofovich no olvidaban que lo mismo dijeron de Petit dos décadas atrás cuando se largó a desafiar al Maipo, la catedral de la revista porteña. Y había triunfado.

Por fin, en medio de una gran expectativa, mientras Gerardo y Hugo se paseaban en triunfo por el taquillazo de LOS CABALLEROS DE LA CAMA REDONDA en el Gran Rex, el 28 de abril de 1973 el Astros alzó el telón sobre la revista EN VIVO Y EN DESNUDO. Era sábado, la gente seguía dulce y la calle Corrientes bullía como un caldero. En el cartel, se alineaban los nombres de Tita Merello, Fidel Pintos, Don Pelele, Alfredo Barbieri, Vicente Rubino, Susana Bunetti, Mario Sánchez, Carlos Scazziota, Mariquita Gallegos y Triki, entre otros. Oscar López Ruiz era responsable de las partituras y Fernando Grahal del ballet. La revista era buena, tenía fuerza y color, abundante gracia y salvo algunos tropiezos normales en un debut, transcurrió de manera feliz. Pero además, este espectáculo guardaba, como arma mortal, una gran idea: la corporización en un sketch de los más famosos personajes de historieta. Eso era nuevo, rompía los cómodos clichés de siempre, sorprendía por su originalidad y para orgullo de los autores, demostraba que en la revista se podía innovar. Las caracterizaciones salieron muy eficaces, todos estaban bien, aunque el gran ganador fué el inimitable y siempre recordado Fidel Pintos haciendo de Príncipe Valiente. Cuando apareció con la armadura y el peinado lacio con flequillo caminando el escenario como sólo él sabía hacerlo, el Astros estalló en ovaciones y carcajadas. Recuerdo asimismo al Superman de Triki, el Lindor Covas de Mario Sánchez, el Mandrake de Alfredo Barbieri con un Lotario que había cambiado de sexo pero no de color: la escultural Mamina Vane. También, el Tarzán de Don Pelele, el Batman de Vicente Rubino con Scazziotta como Robin y la Blancanieves de Susana Brunetti. Y como mojada de oreja al Maipo, que ofrecía un cuarteto de imitaciones de folcloristas con Dringue como Guaraní, Porcel como Cafrune, Pacheco como Cabral y Calabró como Larralde, Gerardo y Hugo sacaron de la manga El Trío Los Chanchos: Barbieri, Pelele y Sánchez.
Con EN VIVO Y EN DESNUDO -título que aludía al slogan permanente de Héctor Ricardo García, en vivo y en directo, usado para sus programas de Canal 11- se quebró la hegemonía Maipo-El Nacional. Porque el Astros siguió cada vez con mayor éxito y consagró poco después en el género a Porcel y Olmedo con Susana Giménez, un trío de oro puro. Tal como lo habían vaticinado para neutralizar tantos pronósticos funerarios, los Sofovich patearon el tablero.-