Heldenplatz, un teatro que cala hasta el hueso

Por Rómulo Berruti

La Casacuberta estrenó un espectáculo extraño, feroz y despojado de toda concesión a los “bastones” escénicos.

La Casacuberta acaba de estrenar un espectáculo extraño, feroz y despojado de toda concesión a los “bastones” escénicos: historia que puede contarse a la salida, crescendo dramático, relación identificable entre los personajes, trama más o menos maniquea. Heldenplatz no tiene nada de eso. Como en general no lo tienen las obras de Thomas Bernhard, un escritor que tal vez no piensa en teatro cuando lo persiguen una idea o una necesidad, sino que se vale del teatro como si fuera un afiche, un documental o una proclama, dado que toda conducta individual o colectiva es teatral. El título menciona una plaza célebre, está en Viena y en ella Hitler anunció en marzo de 1938 la anexión de Austria por parte de Alemania –antecedente de la captura lisa y llana de Chescoeslovaquia en octubre del mismo año, la famosa crisis de los Sudetes- iniciando así el sombrío avance de la mancha voraz del nazismo por casi toda Europa al comenzar en el 39 la Segunda Guerra Mundial. El escenario en completo desorden, con trastos, papeles y libros tirados por todas partes, es el departamento del profesor Schuster, cuyo origen judío lo hizo dejar Viena en aquél entonces. Ha regresado a la ciudad varias décadas después invitado por el gobierno austríaco como una forma de reparación, por eso su casa está todavía revuelta como toda mudanza sin terminar. Pero recién llegado se mata tirándose por la ventana, acosado por la ausencia de cambios de fondo en un país que él siente muy antisemita y acaso también por fantasmas que nunca lo dejaron dormir. Su familia y su personal de servicio han vuelto del funeral. En rigor tanto el texto como la disposición escénica de Emilio García Wehbi en su carácter de director remiten a una inmediatez y a una presencia tan vívida del profesor que hasta bien podrían leerse como el vaticinio de su suicidio más que al repaso de sus causales. Abre la obra un largo parlamento de la señora Zittel, ama de llaves de Schuster. Su discurso áspero y recriminatorio se acompaña con la repetición mecánica de las tareas cotidianas tal como había que realizarlas para gusto de su patrón. El dolor se mezcla con cierta forma de honda dignidad ante el suicidio y también con pequeñas simulaciones de resurrección como lo delata esa manipulación nerviosa de sus camisas al momento de plancharlas. La corriente intensa que circula por esos parlamentos reconoce otro polo en Anna, hija de Schuster, quien tiene sus propias cosas para decir. No dialogan, se escuchan a sí mismas mientras todos los demás están sentados al fondo como en un velatorio. Pero faltan las crispaciones de otro muñeco del retablo, Robert, hermano del difunto y como él profesor universitario. Su accionar es casi espasmódico, depende de un tubo de oxígeno para respirar y en buena medida sus palabras lo dibujan como un alter ego del muerto. Estos tres personajes son casi los únicos que se muestran como motores de la pieza, mientras otro hijo, Lukas, pone un fondo musical de piano y la señora Liebig, amiga de la familia, pasa fugazmente por la escena como esbozando apenas un afuera, una brizna de luz penetrando las tinieblas.

La casa sin poner, el revoltijo y los objetos ícono actúan a su vez como personajes en una concepción de puesta que acata la impiedad exigida por el autor, un informe frío que se completa con una entrecortada exhibición en cine de un discurso de Hitler y donde la música no decora ni ablanda, profundiza la desesperanza. El gran trabajo de Rita Cortese en Zitter apuntala todo, pero hace sentir su fuerza también Maricel Alvarez como Anna. Pompeyo Audivert en Robert muestra todo lo que sabe hacer sobre un escenario pero es discutible el tratamiento que tiene su personaje, muy jugado en lo esperpéntico y poniendo por tanto un toque algo chirriante.
Como texto, Heldenplatz es poco seductor desde el punto de vista teatral porque la emoción está cancelada. Pero así es Bernhard. Supongo que muchos habrán recordado el espléndido logro de Roberto Villanueva, Rita Cortese, Tina Serrano y Alejandro Urdapilleta en Almuerzo en casa de Ludwig W. del mismo escritor hace ocho años en la misma sala del San Martín. Tal vez una de las más perfectas partituras ejecutadas en toda la historia de ese ámbito.-