Jugadores

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Por Fabián D´Amico

Historia original y atrapante con una trama eficaz es lo que ofrece esta comedia de origen español con cuatro grandes de la escena nacional.

Nelson Goodman, filósofo estadounidense, se pregunta en sus escritos no sobre que es el arte sino cuando hay arte. Los espectadores de teatro –casi sin proponérselo- se preguntan, a la hora de elegir un espectáculo, no sobre que obra ver sino a quienes ir a ver. Es común que la elección de la salida se arme sobre los actores, actrices o figuras reconocidas y no sobre los textos o directores. Pero cuando lo primero ocurre y detrás de los nombres hay un espectáculo valioso, la velada teatral es doblemente satisfactoria.

Esto ocurre en Jugadores, una pieza con un elenco de actores de renombre y escrita por un ignoto autor catalán Pau Miró que resulta ser toda una sorpresa de creatividad dentro de los acotados límites de la comedia.

Cuatro amigos se reúnen ante la llamada de uno de ellos. El lugar de reunión es un departamento sombrío, con escasos muebles y menos comestibles aún. El primero en llegar es un peluquero desempleado, con problemas conyugales y adepto a la ginebra, luego llega un actor en decadencia, que deambula de casting en casting, quien ahoga sus penas en jovencitos y robos menores a los supermercados. El tercero en llegar es un fóbico sepulturero enamorado de una prostituta extrajera custodiada por su cafishio golpeador.

Todos tienen cosas en común- sexagenarios, decadentes, ambiciosos- pero una en espacial: el juego y los casinos, de los cuales están retirados obligatoriamente. El único acercamiento con el juego es en la casa donde están reunidos a la espera del anfitrión, cuando juegan más por placer que por dinero.

El dueño de casa ingresa enfundado en un traje de su padre fallecido y con cierto grado de delirio y perdida del espacio-tiempo. A medida que trascurre la acción los amigos- y el público- conocen el motivo del llamado y la urgencia de conseguir dinero en forma inmediata, el cual desata las acciones más reideras y un final tenso y sorpresivo.

La sorpresa de Jugadores radica en la frescura y dinamismo de la pieza, y como entre risas y cierto toque de melancolía se relacionan los personajes entre sí. Fraccionada en escenas y con momentos de destaque para uno de los actores, la comedia atrapa a la audiencia que se deleita con la humanidad de estos perdedores y aguarda impaciente el desenlace de la osada aventura que los reúne.

Nelson Valente (El loco y la camisa) crea un clima espacial con su dirección, en donde la mezcla de registros actorales – el naturalismo del casi todo el elenco frente al expresionismo exacerbado y casi grotesco de Machin- en lugar de generar un pastiche, logra enunciar un discurso por demás creativo e innovador. La puesta en escena, con escasos elementos escenográficos y una adecuada puesta de luces de Luciano Stecchina, potencia el dinamismo de la trama al unir adecuadamente las escenas, dejándolas aparentemente inconclusas aunque en realidad las mismas continúan, aunque solo para los personajes y no para la platea.

Resulta difícil destacar cualidades determinadas de los cuatro actores, ya que los mismos funcionan y juegan como si fueran un solo, una comunión exquisita de talentos, cuerdas, experiencias y registros dispares en función de un solo texto. Se pueden resaltar las escenas más dramáticas ejecutadas por Carnaghi y un extraordinario Daniel Fanego, el delirio permanente y casi humorístico de Machin que oculta un trasfondo doloroso o la aparente frialdad de Núñez en su delicado y fracasado personaje. Todos y cada uno tiene su momento memorable dentro de Jugadores pero en pos de un trabajo colectivo y no en disputas vacías de protagonismos innecesarios.

Una propuesta para no dejar pasar la que ofrece Jugadores. Una historia que atrapa, una trama sencilla y eficaz y cuatro enormes actores que hacen gala a lo mejor que les posibilita su profesión: jugar