Kafka en su laberinto

Por Rómulo Berruti

Comentario de la obra: Procedimientos para inhibir la voluntad de los individuos, dirigido por Enrique Dacal.

Así como el cine le brinda al inmenso Franz Kafka un soporte casi perfecto para muchas de sus obras -ventaja no siempre bien aprovechada aunque quedaron películas admirables como El proceso, de Orson Welles- el teatro se le niega con pertinacia. Subjetivo y onírico, el universo kafkiano trasmite su angustia profunda con un lenguaje abundante en capas “geológicas” superpuestas. Es una espiral nada sencilla de recorrer hasta el final tan temido, por lo cual el diálogo de la escena puede conspirar contra el efecto requerido. Desde luego, los teatristas argentinos (no porque sean los únicos) no se detienen ante las dificultades: las afrontan con inteligencia. La torturante deformación de su cuerpo a la que se sometía Lorenzo Quinteros en su versión de La metamorfosis es un ejemplo siempre presente. Ahora dos actores con la conducción y la concepción general de Enrique Dacal afrontan Procedimientos para inhibir la voluntad de los individuos, sobre La construcción, un texto postrero del escritor checo. La propuesta parte de una situación espejada en dos individuos y consiste en cavar túneles subterráneos a la manera de los topos, planificando estrategias de supervivencia diversas –acecho de presas, acumulación previsora de alimentos, sectores de descanso- que configuran un mundo de posesiones y un pánico tácito: esa soledad puede ser bruscamente invadida por un semejante. Los dos individuos hacen casi lo mismo, si bien se perciben sutiles diferencias tácticas en el modo de protegerse. El laberinto de Kafka cobra vida nuevamente en esa red de perforaciones obsesivas cuyo avance sólo se detiene algunos instantes para afinar el oído, porque de a ratos llegan rumores de Alguien, del Otro. Esta conjetura de que hay alguien más al que no amamos ni deseamos, pero que es como un vértigo hacia el espanto de lo desconocido que también seduce, es fácil de rastrear en todo el universo de Kafka. Pero también adquiere una nueva valoración a través de las investigaciones sobre el concepto de la Otredad y la Diversidad, fuentes muy ricas de la psicología y la sociología postlacanianas que por supuesto filtran sus inquietantes descubrimientos en todas las facetas de la creación artística.
Enrique Dacal concibió un espectáculo breve, enjuto y atrapante apoyado en el desempeño de sus actores. Un espacio reducido –el escenario de la sala Tuñón del Centro Cultural de la Cooperación- y un diseño de luces sugerente que apunta a prefigurar ese mundo bajo tierra le bastan. Todo lo demás es trabajo e inteligencia de Julio Ordano y Enrique Papatino, los señores K y F. El primero alcanza niveles notables en el tallado de su personaje, que nace de una instalación interior muy precisa en sus motivaciones profundas y se articula en el perfecto manejo de la expresión facial y corporal, además de una exacta elocución. Es la suya una presencia de auténtico magnetismo en Procedimientos… y se perfila ya como uno de las mejores interpretaciones del año. Papatino se mueve con idéntico acatamiento al plan de dramaturgia dibujado por Dacal, no queda en un nivel inferior y capitaliza al máximo sus chances, todo lo suyo está bien hecho. Así, con un texto para nada concesivo, ambos se ganan los aplausos que premian esa entrega y ponen otra figura atractiva en el sorprendente mosaico del teatro alternativo de Buenos Aires.-