La última de Muscari

Por Silvia Sánchez

Electra Shock

José María Muscari acaba de estrenar “Electra shock” basada en la Electra de Sófocles y con la actriz Carolina Fal a la cabeza.

Rara cosa sucede con Muscari, como si fuera un director de cine y no de teatro.
¿Vamos a ver la última de Muscari?, parece ser la pregunta frecuente de un público “vip” que el día del estreno llenó el teatro Lorange y que se vio todas “las de José María”.

En esta “tragedia show de alto voltaje” (como el propio Muscari la llama) los actores son presentados a través de una pantalla que está al costado del escenario y en la que figuran las opiniones del director respecto a cada uno de ellos. En tercera persona leemos cosas como “cuando el director la vio pensó que era perfecta y la aplaudió de pie” (en alusión a su impresión sobre Carolina Fal) ó “se comió tres medialunas delante de él...el director sintió que era una actriz visceral” (en alusión a la actriz Stella Galazzi que interpreta a Clitemnestra) o el director lo dirigió en tal obra, o en tal otra, o hizo esto o lo otro. El director.
Electra Shock está –como ya dijimos- basada en la Electra sofocliana, la cual está respetada casi sin alteraciones por Muscari: Electra quiere vengar la muerte de su padre Agamenón asesinado por su madre Clitemnestra y su amante Egisto (hermano de Agamenón) y fiel al espíritu trágico, la sangre solo puede ser vengada con más sangre. Electra y su hermano Orestes asesinan a ambos cumpliéndose la venganza tal como se preanunciaba. A estas complicadas maneras de lo humano -exactas, precisas, ciertas y bellas - se le añade la “patina Muscari”: música electrónica, cuerpos musculosos que hacen pasos de gym-box, paredes con grafittis, ritmo frenético, besos que no distinguen sexo, sexo y carteles luminosos. La Electra de Muscari lleva botas blancas, tutú, sombrero de cabwoy y dice que su familia es igual a los locos Adams. Aquí los personajes "se distancian" aunque al parecer no quieran - como pretendía el teatro épico de Bretch- una reflexión en el espectador. Los actores se llaman por sus nombres verdaderos, hablan de sus trayectorias (“la Fal tiene mucho San Martín”) y de la propia puesta (“esto no es Sófocles...esto es muy posmoderno”). El coro trágico está compuesto por chicas y chicos divinos (los de los pasitos de gym-box) que son una especie de “apuntadores” de los actores que interpretan el drama y a los cuales le pasan la letra o le indican la manera correcta de decirla. Egisto baila un malambo. A Ifigenia (la hermana de Electra sacrificada por el padre) la llaman la “mítica”. Mucho brillo. Mucho color. Mucho show que es rematado con un final digno de teatro de revistas: una canción simplona y una coreografía en la que participa “toda la compañía” (a propósito, Muscari soñaba con hacer Medea y convocar a Moria Casán pero parece que la osadía encontró ciertos límites).

El problema de la última de Muscari no es lo viejo contra lo nuevo. Solo un demente podría pensar que Sófocles es viejo y que la tragedia ya no tiene cabida en un mundo que –paradójicamente- es cada vez más trágico. Además los textos están para decir y volver a decir, para ser enriquecidos, crispados, rotos, vueltos a armar, citados, puestos en crisis, criticados, homenajeados, parodiados. El problema es que todos los elementos de Electra Shock (múltiples, heterogéneos, contradictorios) condenan a Sófocles a un silencio inentendible. No es que no diga lo que “tiene que decir”, porque si hay algo que los clásicos tienen es su actualización permanente, su capacidad para generar constantemente significados. El problema es que el vértigo de la puesta, impide el acceso a una lectura (a alguna, no importa a cual). Y si a lo que se apunta es a los sentidos (¿al shock?), el texto de Sófocles – por exacto, por vigente, por claro - impide el acceso al pretendido orgasmo sensorial. Paradoja mediante, uno pasa un buen momento viendo Electra Shock, con algunos trabajos actorales muy buenos (la Fal y su “natural” estirpe trágica, la Gallazi en el rol de Clitemnestra) y con algunos aciertos que causan risa (y que dejan de causarla cuando se reiteran más de lo debido).

No queda muy claro cual es el propósito de esta “Sófocles en colores” como la definió Carolina Fal: un torbellino de entradas y salidas, vestuarios estridentes, luces infinitas. Tal vez un atolladero de ideas que la madurez podrá suavizar. Y una certeza implacable: el delicioso equilibrio de Sófocles, el dueño de una escritura que hizo de la desmesura su razón de ser, pero no fue tragado por ella.