La cabra (Mar del Plata)

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Por Fabián D´Amico

Incomoda y potente obra que marca un antes y después en la producción teatral de verano marplatense. Magistrales actuaciones y dirección certera.

Pensar en un título de Edward Albee en la temporada marplatense hace un par de años atrás era tomado como una quimera o en el mejor de los casos como desconocimiento del mercado local. Afortunadamente, en este temporada 2012/13 La cabra llega a una sala marplatense lo que implica que las quimeras son sueños realizables o que el paradigma del teatro de verano en esta ciudad ha empezado a cambiar.

La cabra, obra estrenada en el 2002 en Broadway y ganadora de todos los premios pensables, pude considerarse como un juego de cajas, donde infinitas cajas albergan en su interior otras más pequeñas o simplemente una cebolla, en donde lo más fuerte está en su interior y uno puede consumirlo o desecharlo. Así es la pieza ideada por Albee, una sucesión de situaciones que hace que la comedia ágil y de salón del principio, vaya convirtiéndose en un drama de virulentas situaciones con un final inesperado.

Charlie tiene tres cosas para celebrar en su vida: cumplió cincuenta años, recibió el premio mayor al que pude acceder un arquitecto y tienen un proyecto multimillonario para llevar a cabo en poco tiempo. Casado con Julia y orgulloso padre de un hijo adolescente rebelde y homosexual, todo le sonríe a este hombre exitoso. Pero él no es feliz. Por primera vez en años de matrimonio le es infiel a su mujer y no solo por sexo sino que se ha enamorado perdidamente de Sylvia, una cabra. La confesión de esta situación a Alex, su amigo incondicional y el quiebre del pacto de silencio de este, desata el drama en el seno de la familia “modelo” americana.

Siendo consciente que algo anda mal en su vida, Charlie es absolutamente feliz con su amor hacia su familia y hacia Sylvia. Se plantea que es lo normal y que no, el porque todo tiene que ser como dicta la sociedad. Encuentra en un grupo de autoayuda a personas con sus mismos problemas que no es el único con esos sentimientos pero nadie de su entorno lo entiende y lo culpan de la debacle familiar. EL autor pone a la audiencia frente a un material difícil y la obliga a emitir juicios de valores y tomar partido.

Chávez puede brillar como actor y hacer lucir a sus compañeros gracias a su minucioso trabajo como director. Se palpa que conoce a la perfección cada párrafo, escena y situación de la obra. Nada esta dejado al azar o a la improvisación. Entonaciones, climas y emociones son planificadas y ejecutadas de manera precisa. Una comunión perfecta entre obra y acción que logar que el público no pueda acomodarse placenteramente en la butaca y emita en más de una oportunidad risas que denotan nerviosismo.

Un director generoso con sus pares que permite el lucimiento de una excelente Viviana Saccone en su regreso al teatro , quien logra junto a Chávez escenas jugadas en donde el protagonismo se reparte en manera equitativa y recuerda la violencia nacida de la pluma del autor en ¿Quién le teme a Virginia Woolf? , solo que esta vez el alcohol no es el causante de las verdades que dicen. Vando Villamil hace una correcta composición y en un papel menor pero de extrema dificultad como lo es el hijo de la pareja, Santiago García Rosa es la nota disonante de la perfecta dirección. No queda claro en el discurso planteado si es la inexperiencia del joven actor o una decisión de dirección, pero el registro expresionista del hijo, con diálogos a los gritos y declamaciones ficticias, corta el clima realista de la puesta.

Escenografía, iluminación y vestuario, son los rubros técnicos de alta creatividad y buen gusto que dan marco a la acción de una pieza tan necesaria como incomoda que marca un antes y después dentro del teatro de verano marplatense. Una historia que requiere compromiso, atención y continua participación, donde se ponen en tela de juicio las diferentes formas de amar y como un amor socialmente aceptado pude llegar a matar los sueños de una persona.