La impotencia nuestra de cada día

Por Silvia Sánchez

Tercer cuerpo, otra obra de Tolcachir para hablar del espanto, con algo de humor.

Sandra está sola y quiere tener un hijo. Héctor acaba de perder a su madre y Moni a su casa. Sofía y Manuel andan unidos por el espanto. Otra vez, la pluma de Tolcachir se zambulle a dibujar historias cotidianas de seres que bien podríamos ser cualquiera de nosotros.

Ahora todo transcurre en una oficina, más precisamente, en el tercer cuerpo de un viejo edificio en el que varios empleados llevan acabo inútiles rutinas laborales. Sin embargo, pese a lo lúgubre del espacio que habitan y a lo anodino de sus tareas, hay -en los cinco personajes- cierta desesperación que los redime: el deseo obstinado de Sandra de ser madre a toda costa; la confusión amorosa entre Héctor y Manuel, la persistencia de Sofía y la necesidad de supervivencia de Moni; deseos que no saben muy bien como llevar a cabo pero que los salva de ser meras sombras.

Todos tienen una fe guardada que los hace caminar aunque a simple vista, parezca que no saben ni como, ni con quien, ni cuando. Y probablemente no sepan ni como, ni con quien, ni cuando; pero caminan; como suele suceder en la vida.

Autor y director de culto de los últimos tiempos, Tolcachir ideó una puesta realista que se nutre de un texto que -de a ratos- abraza a la parodia para encontrar allí sus mejores momentos, por ejemplo, en la escena en que Sandra y Moni le arman a Héctor el discurso que éste habrá de ofrecer en la ceremonia de su madre muerta.

En una superposición de relatos y capas temporales, los personajes van dibujando sus conflictos individuales y en esos recorridos, el trabajo de Ana Garibaldi (Sandra) es encomiable. Lo mismo sucede con Daniela Pal y de José María Marcos como Moni y Héctor respectivamente.

En otro registro actoral, Hernán Grinstein y Magdalena Grondona como Manuel y Sofía, se lucen menos.

Acaso Tercer cuerpo no hable ni de la soledad, ni del desamor, ni de de la tristeza. Acaso hable de la impotencia. De eso que no llega a ser furia pero que nos oscurece tanto o más, que una vida de oficina.