La peluquería del fin del “Munro”

Por Damián Faccini

Norma y Ester: una historia de sexo, crimen y sadomasoquismo en lo máximo del grotesco.

En medio de una peluquería, donde el imaginario popular pretende tan solo la existencia de comentarios feministas o machistas y donde la idea de un peluquero gay (que quizá tan sólo lo disimule con el objeto de ingresar al código de la concurrencia) se asientan como única teoría existente, los 3 actores (que cumplen las veces de adaptadores del cuento de Carlos Gamerro), se las ingenian para darle una vuelta de tuerca a la suposición del público y contarnos una historia de sexo, crimen y sadomasoquismo en lo máximo del grotesco. Para ello se valdrán de tres locaciones distintas, las cuales con mucho ingenio y escasos recursos lograran recrear junto a actuaciones que oscilan entre lo digno y lo desopilante.

Víctor es el dueño de una peluquería y al mismo tiempo el dueño del “Munro”. Propietario también de una fabrica de lencería y una suerte de padrino de la zona, le ha encargado a su socio que ponga a trabajar en el local a minas con buen cuerpo y sin problema alguno en ser prostitutas profesionales antes que peluqueras de estilo. Norma y Esther son las dos victimas que han ido a parar a este prostíbulo encubierto, donde día a día, corte a corte y lavado a lavado sufren el maltrato y el manoseo de todo amigo de Víctor que va hacia allí a emprolijar la estética de una ética mefistofélica.

Sin ánimos de adelantar la resolución del conflicto, merece un apartado la escena del ahorcamiento en la cual la protagonista ahoga con un cable y un palo de escoba a Víctor, estando este sentado para un lavado de cabeza. Ambas actuaciones son retenidas por el espectador quien por momentos duda de la existencia de un actor o de un asesino y víctima respectivamente.

Una de las “peluqueras” ha escapado al infierno, pero la otra perdura con el fin de llevar unos pocos pesos a la casa donde sus padres, ya viejos y socialmente e inútiles, precisan de la ayuda de su hija en esta suerte de CENICIENTA de la posmodernidad. Pero la presión será mucha y el carácter de la última sufriente será aún más poderoso y orgulloso que el de la anterior y hará justicia. Justicia que generará grandes cambios en la vida de todos, más allá del espejo cruel en el cual nos reflejará como espectadores.