La sonoridad de las palabras

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Por Fabián D´Amico

Juana La Loca es un nuevo y poético unipersonal de Pepe Cibrian Campoy donde reafirma su talentosa pluma y su preciosita estética. Magnífica interpretación de Patricia Palmer.

Desde el estreno de Marica, se potenció una faceta un tanto solapada en las producciones musicales de Pepe Cibrían Campoy : el autor teatral. Si bien las letras de sus musicales están plagadas de poesía, el estilo de sus puestas en escena, los grandes movimientos coreográficos, los suntuosos vestuarios y el ritmo sostenido de sus creaciones desvían la atención principal de la audiencia hacia lo estético. En Marica, el texto, el relato despojado de cualquier otro artificio que no sea solo el sonido de las palabras y de los tan conmovedores silencios que el autor sabe manejar de manera efectiva conmovió a la audiencia y creó un vínculo entre el texto y público que se retoma ahora en Juana La Loca, su nuevo unipersonal.

Juana I de Castilla, conocida como Juana la Loca está encerrada en Tordecillas –donde encontrará la muerte en 1555-por orden de su padre y luego de su hijo Carlos, primer rey de España. Desde ese encierro que se extendió por 46 años y victima de todos los fantasmas del pasado que la atormentan, Juana comparte su vida, sus sueños y pesadillas con la platea. Su infancia rodeada de lujos y férrea educación, los tronos heredados, la difícil relación con su madre, el casamiento por compromiso político con Felipe, “El hermoso”, representante de la casa de Austria, el enamoramiento inmediato con su comprometido y la pasión descontrolada que despertó ese hombre en su vida. Sentimientos de amor y celos que provocaron la locura de esta joven reina y que Cibrián Campoy traslada de manera efectiva al escenario.

El unipersonal cautiva desde un poético texto escrito en verso, con mucho de la mística lorquiana, más allá de una extensión que merece alguna revisión- hay un par de escenas reiterativas- y con una temática más distante a nuestro público que los últimos días del poeta granadino expuesta en Marica.

Juana, la loca requiere, como todo producto artístico, de un público particular. Un espectador dispuesto y predispuesto a dejar en el hall de teatro la vorágine diaria compuesta de rápidos y repentinos cambios para entregarse a un ritmo pausado en una liturgia especial donde las palabras y no tanto las acciones, recuperan un peso primordial.

Patricia Palmer subyuga con una actuación arrolladora, donde su cuerpo y en especial su voz, dan vida a varios personajes con solo un cambio corporal o de entonación. Un tour de forcé del cual sale triunfadora gracias a sus genuinos y valiosos recursos sostenidos en una dirección de Cibrián que no deja detalle librado al azar. Una simbiosis plausible entre director y actriz que se hace presente en cada gesto o desplazamiento de Palmer, sorprendiendo en particular el movimiento de sus manos que repletas de anillos proyectan poses y actitudes propias y particulares del director.

Cibrian vuelve a deslumbrar con una puesta en escena donde desde el minimalismo –un sillón como único elemento escenográfico- crea una obra preciosista sustentada en una iluminación con recursos tradicionales que da marco extraordinario a infinidad de lugares y emplazamientos.

Una oportunidad imperdible para reencontrarse con algo tan preciado y en ocasiones olvidado en el teatro: la sonoridad de las palabras