La vida de un hombre que siempre se la jugó

Por Rómulo Berruti

La propuesta parecía complicada. Y resultó siéndolo. Resucitar al célebre escapista Houdini en un musical significaba contar una historia personal y a la vez seducir con trucos de magia.

La propuesta parecía complicada. Y resultó siéndolo. Resucitar al célebre escapista Houdini en un musical significaba contar una historia personal y a la vez seducir con trucos de magia. En la producción de Carlos Manzi lo segundo funciona mejor que lo primero. Aunque el autor Gonzalo Demaría (adaptó Chicago y Zorba, además de escribir Relaciones tropicales) usó toda su astucia, no consiguió encender la brasa sentimental. El espectáculo, muy bien montado –salvo la precariedad escenográfica que implica tener siempre de fondo una escalera negra- se apoya íntegramente en el histrionismo casi gimnástico de Guillermo Angelelli y en el certero efecto de las grandes illusiones del mago Adrián Guerra. Además de los escapes que exige el personaje, Guerra despliega otros trucos clásicos, incluída la venerable flor azteca –siempre impresionante- desaparecida hace décadas de los escenarios. La sensación que produce Houdini es de alejamiento, de falta de continuidad, algo así como “el espectáculo empieza cuando usted llega”. La fascinante vida del protagonista surge a grandes trazos y se hace excesivo incapie en su relación con la típica madre judía –previsible buen trabajo de Adriana Aisemberg- y en los tira y afloja con su poderoso empresario, correcto dibujo de Christian Giménez. Una y otra vez, Angelelli debe remontar la cuesta, porque cuando acaba de conseguir un cosquilleo de emoción, el cuadro se corta y deriva en otro. Estas mutilaciones se hacen notar. Y aunque como intérprete su desempeño es impecable, con todo dinamismo y entrega, no sentimos nada por Houdini: el ser humano no se condensó. Las presencias femeninas, además de la ya mencionada, ratifica el carisma de Elena Roger que viene de matar en esa misma sala con su evocación de la italiana Mina: canta muy bien, exhibe una escena impresionante y la gente la saluda como a una querida amiga. Es la mujer de Houdini. Un párrafo especial merece María Concepción César en la presentadora no sólo porque lo hace con todo su muchísimo oficio, sino porque aporta la calidez cuya ausencia hicimos notar, mérito muy evidente en el entreacto que queda a su cargo con mucho rimmel de la vieja revista. Excelente la coreografía de Elizabeth de Chapeaurouge, con una prolijidad y buen gusto que llaman la atención. Otra contribución de primera línea es el vestuario a lo Moulin Rouge de René Diviú. Ricky Pashkus puso este musical con mucho estilo, aunque vacila en la dirección de actores. Y es muy buena la partitura seleccionada y compuesta por Ricardo Gardelín.
Houdini funciona, lo comprobamos con los fuertes aplausos de una función que no era la de invitados. Pero uno sale del Metropolitan sin volver a pensar en ese loco que se jugaba la vida en cada número de varieté.