Las ratas invaden la ciudad

Por Rómulo Berruti

Ahora con elenco argentino, Hamelin del español Juan Mayorga reitera su metáfora sobre el hombre-rata.

Ahora con elenco argentino y siempre en la sala del primer piso del Broadway, la obra Hamelin del español Juan Mayorga reitera su metáfora sobre el hombre-rata, resucitando el relato del célebre flautista que logró ahogarlas en el mar. El texto narra la persecusión de un juez sobre la persona de un supuesto pedófilo que convoca niños a su casa de las afueras para sacarlos de la calle. ¿Le suena? Parece que suena en todos lados, debido al auge de la prostitución infantil como negocio próspero.

La obra está construída sobre la reconstrucción minuciosa de los hechos que son vividos por los diversos protagonistas: el niño-víctima, su padre, un adolescente, dos mujeres de función polivalente y a veces de agresivo mensaje sexual, una psicóloga y desde luego, el magistrado y el acusado. Pero además, el libro incluye una relatora (acotadora según el autor) que marca los tiempos de esta cirugía individual y social. Sin ambientación –sólo una somera alcoba que cada tanto se ilumina sobre el fondo- y sin utilería de ninguna clase, el espectáculo adquiere las características de lo que los italianos llaman indágine (investigación o indagación) más de una vez utilizada con éxito en el cine de ese orígen –Investigación de un ciudadano por encima de toda sospecha, de Elio Petri, es la nave insignia de ese género- y también por algún teatro peninsular de las décadas del 60 y 70. Los resultados estarán por tanto condicionados a la intensidad y eficacia de los intérpretes en su captación de un texto valioso, generador sin duda de una dramaturgia y además valiente en la poco piadosa vivisección de la conducta colectiva cuando el acoso sexual de menores mete la cola. Estamos ante una pieza teatral interesante que dice cosas muchas veces sepultadas por la hipocresía, que elude no sin riesgos la tentación del discurso moralizante, que consigue dar entidad a personajes convocados y retirados bruscamente de escena según las necesidades del trámite judicial. El sistema es riesgoso, pero funciona bien según la puesta del también español Andrés Lima, quien adaptó el esquema original de su labor a la actuación local.

El elenco se luce en términos generales y con pocos ensayos en comparación al largo proceso que vivieron los actores españoles, lo cual –según comentarios del hall- sorprendió bastante a Lima. Estupor que ya es rutina desde hace mucho en España, donde me consta en forma personal que prominentes figuras del teatro ibérico acudían una y otra vez a aplaudir la versión de Orquesta de señoritas, de Anouilh, que había inventado Jorge Petraglia con hombres en los papeles femeninos. Pica muy alto aquí la actuación de Daniel Fanego como Rivas, el pedófilo, por la honda elaboración interior con que talló su personaje que se traduce en una ambigua mezcla de aceptación de la culpa, ternura verdadera y dificultosa aceptación de que su amor configure delito. Arturo Bonín, el juez, es su lógica contrafigura y le pone mucha autoridad a Montero, el implacable cazador de ratas que podría fácilmente mutar en una de ellas. Es inteligente lo que hace Susana Lanteri como la Acotadora –que asume el director en la versión original- difícil compromiso por su misión de cortar la acción de un solo tajo cuando es necesario un salto temporal: lo consigue con mucha solvencia. Rico, libre y creativo como siempre se muestra Gabo Correa en dos papeles diferentes y complementarios en la trama profunda de Hamelin, en tanto Daniel Hendler también supera con éxito la siempre incómoda responsabilidad del adulto que hace de niño: hemos visto muchos resbalones en ese piso enjabonado. Mausi Martínez se juega en situaciones límite como Feli y Julia: aunque abusa del grito sin poder manejarlo del todo, es una presencia muy fuerte. Con una sutileza sospechosa bien trabajada elaboró Verónika Silva a la psicóloga Raquel. ¿Todas ratas como las de verdad que permanecen en su jaula en medio del escenario? Decida usted mismo.