Llorar de alegria. Reir de tristeza.

Por Damián Faccini

Rose habla de Dios de manera clara por momentos y solapada en otros.

¡Otro unipersonal! ¡Nuevamente Nazis contra Judíos! ¡Otra vez la eterna guerra de las religiones; de los orígenes del hombre; de si DIOS existe o no! NO ESTA VEZ.

Sentado frente al monstruo de Beatriz Spelzini descubro que el arte sigue teniendo el maravilloso poder que lo hace único: el de seguir sorprendiendo; derribar prejuicios; renovar y reciclarse una y otra vez.

¿Es el texto maravilloso; lo es la actriz que lo encarna; el director que le da forma? ES TODO. Un magnifico TODO que tan solo puede describirse con las ganas de devolverle el orgasmo a quien nos ha hecho el amor durante una hora y media.

Rose es una anciana. Una anciana con la vitalidad intacta. Aquella que le permitiera sobrevivir lo imposible y alcanzar lo impensado. Una anciana desde lo fisonómico; desde el andar quejumbroso y desde pastillas aparentemente verdaderas para curar una enfermedad que pasa indefectiblemente por otro lado. Esta mujer ha estado en el infierno y lo ha conocido en todas sus formas y colores. No hablamos solo del de los campos de concentración y los ghettos. El infierno comienza en su infancia, transcurre durante su adolescencia y sigue hasta su madurez y, aun frente a nosotros, las llamas la queman viva como aquellas que lo hacen mas allá de una herida que aparenta haber sanado por completo.

Su familia e historia es un hibrido de una religión y una cultura que entiende, analiza y reniega. Su vida, un estandarte del trabajo y del cansancio constante. Tuvo hombres, tuvo torta de chocolate, tuvo hijos pero ha nacido para sufrir y seguirá sufriendo.

Sentada en un banco de madera ancho y duro frente a una mesita impecable con una jarra de agua que constantemente vierte liquido dentro de un vaso "porque el medico así lo ha indicado", Rose realiza un ritual eterno y nos cuenta mientras tanto toda su vida y un poco mas también. Rose habla, ríe a carcajadas, grita, susurra, ronronea, llora y uno interpreta el código tras los cinco primeros minutos de texto. Cinco minutos que son más que suficientes para dejar de prestar atención al actor y creer en la persona. Para abandonar el cartón pintado del teatro y sumergirnos en una habitación tristemente poblada. El personaje se ha comido al actor. La obra ha fagocitado la labor del director y del mismo escritor. ESTO TIENE VIDA. ESTO ESTA PASANDO.

Es cierto que habla de los judíos y de su Palestina añorada. También lo es que la temática se encuentra repleta de clichés y guiños propios a la colectividad (lo cual provoca más de una carcajada cómplice de quienes pertenecen o se hallan muy cercanos a esta). Pero la obra habla constantemente de todos los males que azotan y dividen a este mundo.

Rose habla de DIOS de manera clara por momentos y solapada en otros. Yo, que soy un mediocre creyente, al finalizar la pieza, aplaudiendo de pie, he agradecido a DIOS por darme los sentidos para disfrutar de esta maravillosa obra.