Lo que guarda la estupidez

Por Damián Faccini

Ataque a los sentidos que puede experimentarse a través de esos colores, formas y movimientos.

Si un hombre sale de paseo en un día espléndido, da una vuelta a la manzana y vuelve a su casa ahí no hay conflicto y por lo tanto, tampoco historia. Si por el contrario, un hombre sale de paseo, no previendo que va a llover y llueve, se empapa y retorna a su casa hecho un pato mojado, el conflicto y la historia comienzan a aparecer. Si a esto le sumamos, que el hombre por quererse cubrir de la lluvia ingresa a un bar, entabla una charla con alguien y esto deriva en posterior relación, ahí tenemos un conflicto aún mayor y por consiguiente una historia más rica. Estas palabras, improvisadas humildemente para el lector de la presente nota, son una introducción a algo que pareciera haber desaparecido por completo de la cabeza de autores, directores y quienes se prestan a representar estos híbridos. Se trata ni más ni menos que del CONFLICTO o al menos una historia sabrosa, rica, que nos seduzca y nos lleve de a poco, nos adentre en el mundo mágico y sublime de las letras y el arte. Muy lejos está mi intención de pretender un teatro didáctico y harto explicado, pero grandes ejemplos de la dramaturgia demuestran que aún valiéndose de lo simbólico; del significado y el significante y de la metáfora, la base de cualquier buena película o pieza teatral consiste en contar una buena historia. Tampoco se pretende anular la imaginación y dar todo “masticado como nos tienen acostumbrados los -mass media-”, pero hasta el pensamiento intelectual más intrincado y cavernoso se ocupa en gran parte de darnos información acerca de los por qué?, cómo?, dónde? y cuándo?.

En “LO QUE GUARDA LA ESTUPIDEZ” un intento de historia es hilvanado a través de una puesta en escena peculiar (más pictórica que teatral) cuyos colores vivos y simbólicos nos dan una idea de la pasión, el odio, la muerte, la vida, los orígenes y el sexo. Elementos que, presentes en la mayoría de las obras, se abren paso en esta, junto a otro: la EXPRESIÓN CORPORAL. Con poco y monótono texto y la repetición del mismo; forzada actuación y un desplazamiento de los personajes por momentos mecánico; sumado a un marcado acento puesto en lo estético, la pieza utiliza de hilo conductor a una mujer cuya pareja va de mal en peor, con una suegra que ya no se aguanta más, un marido pusilánime y alguien que aparece en sus vidas para salvarlos o condenarlos definitivamente. En escena vuelan lienzos de color rojo sangre, se simula un nacimiento/aborto, los actores intentan hablar por un teléfono que suena pero no funciona cuando uno atiende (y que curiosamente ha dejado de hacerlo tras la muerte de la suegra), cenan sin comida ni bebida al igual que en una improvisación teatral, se asesinan los unos a los otros.

Quizá el mayor logro de la pieza esté en ese ataque a los sentidos que puede experimentarse a través de esos colores, formas y movimientos en el espacio que se van y permanecen con uno, aún tiempo después de asistir a la obra. Pero que nuevamente, al carecer de un fundamento claro, de una conceptualización dramáticamente sólida, se deshace precisamente en un momento, un conjunto de sensaciones y no mucho más que eso.