Los Discépolo, en inquietantes revelaciones

Por Rómulo Berruti

La presentación del libro Fratelanza.

La presentación del libro Fratelanza –Enrique Santos Discépolo el reverso de una biografía (Colihue), que firman Norberto Galasso y Jorge Dimov abre un frente muy polémico acerca de un aunténtico ícono del teatro argentino, Armando Discépolo. Poco representado ahora pero muy estudiado, es al grotesco lo que Vacarezza al sainete: referente decisivo. Sólo que el grotesco tiene como género y contenidos profundos, una mayor significación literaria, testimonial y social. A través de análisis muy prolijos, Galasso –un investigador riguroso- establece las claras diferencias existentes entre la producción escénica de Armando Discépolo anterior y posterior al grotesco y estas incursiones: Mateo, Stéfano, El organito, Cremona y Relojero. No cabe duda que el quiebre es notorio. Discursivo, sentimental e ideologizante en sus comienzos, tendiente a la comedia dramática después, ese golpe de luz, esa síntesis, ese color y ese dibujo tan intenso del grotesco parecen obra de otra mano. Y es lo que conjetura el libro, que serían de su hermano Enrique, tal vez con participación suya pero sobre una esencia que no le pertenece, una genialidad amarga muy similar a la de los tangos discepolianos. El organito la firmaron juntos. Pero Mateo, muy especialmente, sería –según testimonios de la hija de Mario Folco, hija de un conocido colaborador de Armando- un despojo liso y llano porque habría sido escrita íntegramente por Enrique tomando como idea un cuento de Chejov donde un cochero habla con su caballo. También testimonia Aníbal de Rosa, hijo del otro colaborador primigenio de Armando. A su vez el psiconalista Jorge Dimov establece la melancolía profunda de E. S. Discépolo como causa de su falta de reacción, de su sometimiento al despotismo de su hermano mayor. Y bucea en un hecho siempre tapado: Enrique y Otilia no serían hijos del padre de Armando, sino fruto de una relación clandestina de su madre con un músico cuyo nombre los autores ocultan. El tema –que no es tomado a la ligera en Fratelanza, todo lo contrario- es filoso e incómodo. Mueve los cimientos de un monumento siempre respetado, inclusive venerado, del teatro rioplatense. Y lo inclina hacia las sombras de la usurpación. Su lectura es muy interesante, como asimismo saber que el tango de Enrique, Fratelanza, casi desconocido y titulado después por Homero Expósito como Un tal Caín, es casi una acusación directa: esa palabra significa en argot napolitano, hermano ladrón (frate, hermano; lanza es un término que define la mecánica de introducir dos dedos en pinza en un bolsillo ajeno).-