Más de lo mismo

Por Silvia Sánchez

La muerte de Marguerite Duras

Allí están todos los volúmenes de Deleuze que se leyó. Su idea del tiempo como una cáscara de cebolla sobre la que uno vuelve una y otra vez. La esperanza de que cada vuelta lo encuentre a uno más sabio.

Allí están sus fobias, las de siempre. La vejez, la decadencia física y la moral, el horror de la dictadura, la muerte. Allí están sus antídotos: Marlon Brando, Samuel Beckett, el box, la plaza Irlanda llena de besos, el teatro de estados, la risa, el cuerpo sin conceptos, la experiencia que atraviesa, quema y contagia.

La muerte de Margarite Duras es un muestrario del teatro de este actor, dramaturgo, director teatral, psicoanalista, campeón argentino y sudamericano de natación, boxeador, militante político, hincha de Independiente y hombre enamorado que es Eduardo Pavlosky. Tato para los amigos.

Con dirección de Daniel Veronese, la puesta se caracteriza por un despojamiento físico (un sillón descascarado como única escenografía y una ropa de calle como único vestuario) que se contrapone con una complejidad de sentidos e ideas en juego. Pavlosky pasa lista a todos los tópicos que poblaron (y pueblan) su teatro desde los comienzos, dando cátedra acerca de como se dice e interpreta un texto escrito.

Su trabajo actoral - a partir de técnicas del psicodrama y del teatro realista- resulta impecable generando en el espectador una empatía con el personaje solo transgredida en los momentos en que el protagonista narra su participación en lo que fue la dictadura militar. Así, el personaje cuenta por ejemplo como por sus habilidades para el boxeo es contratado por “alguien” para que le pegue – a cambio de cincuenta pesos - a mujeres, niñas, embarazadas o lo que le pongan frente a él. Es aquí que el espectador toma distancia del personaje para volver a identificarse nuevamente, cuando el protagonista narra otro hecho, esta vez, más apto para ser amado.

Lo que hace Pavlosky – acorde con la idea que tiene del teatro- es transitar estados, entrar y salir de ellos, recordar, olvidar y volver a recordar. El relato de la tortura convive con el relato amoroso, la desmemoria (“no recuerdo haber nacido” dice antes de abandonar la sala de torturas) con la memoria exacta (“aquel día -recuerdo bien- hacía 43 grados”), la pura densidad con el vacío más estremecedor. Todas esas cosas juntas.

Y la risa. Por la cual gana una pelea de box imposible, o contagia a todo un hospital. Y a la cual seguro le sigue un golpe, un aullido, un dolor.

La muerte de Margarite Duras representa una condensación del teatro de Pavlosky: miserias y goces, fracasos y espasmos. Una multiplicidad, como al propio Tato le gusta decir y hasta escribir. Eso: multiplicidades. Por las cuales una mosca puede llamarse Margarite Duras, un personaje ser tragado por letras, un torturador tener sentimientos, una risa transformar a los sujetos en contagio, en movimiento.

Multiplicidades que permiten a un teatro repetirse y sin embrago, asombrar siempre como la primera vez.