Madame Sabo Cabaret

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Por Fabián D´Amico

Conjunción precisa entre dramaturgia, dirección y actuación. Atrapante entrega de Max Accavallo en un difícil papel

Bucear en las desconocidas aguas del teatro off implica asumir riesgos. El espectador, al asistir a una representación con actores y creativos nada mediáticos o populares, puede encontrase con discursos intrincados o puestas innovadoras que causan apatía con los desprevenidos asistentes o hallar verdaderas joyas teatrales como es el caso de Madame Sabo Cabaret.

Con una dramaturgia precisa de Lucía Laragione, quien logra amalgamar textos con canciones sin que el cambio de lenguaje se note, la narración genera un vínculo cercano con la platea, aunque la historia que se cuente sea lejana en tiempo y espacio a nuestros días.

Una travesti brasileña se pasea por el desnudo espacio escénico, mientras que diferentes diseños de luces de Marco Pastorino marcan ámbitos, lugares, climas efectivos. Un viejo carromato, de aquellos de los cómicos de la legua, sirve de apoyo a la narradora para tomar elementos, beber alcohol y generar un clima de nómade, de aventurera, de no pertenecer a ningún lado en especial.

La historia que comparte con el público, que le fuera contada por su abuelo, es tan romántica como cruel, amorosa como revolucionaria. Ana es una rebelde joven de la clase alta de una Europa álgida de principios de siglo. La muchacha deja su bienestar para convertirse en una militante comunista de primer nivel, una “roja “ con todas las letras.

Deja su lugar con una misión, proteger a Luis Carlos Prestes, conocido como “el caballero de la esperanza” y responsable de lo que sería la gran revolución comunista de Sudamérica en Brasil.

El texto de Laragione respeta un eje temporal, que transcurre desde los años 20 hasta 1942. Lo plausible del texto es como el relato atrapa a quienes quedan prendado del mismo, tanto desde la detallada descripción de la travesti sobre el nacimiento, crecimiento y adiestramiento de Ana, como así también la carrera de Pretes en Brasil, logrando un clímax final desgarrador, cuando la travesti deja su atuendo de luces y se transforma en un ícono del gran holocausto nazi,
Una magia, desde la dramaturgia, que tiene su correlato en la música estilo cabaret alemán de Federico Mizrahi y en especial en la química lograda entre Clara Pizarro como directora y Max Accavallo como la travesti.

Una puesta simple pero minuciosa y muy ensayada da soporte a una labor encomiable del actor. Con un natural acento portugués que mantiene a lo largo de la representación, mucho texto hablado y canciones con música chispeante y contenido dramático, Accavallo descolla desde principio a fin. Su labor es hipnótica, canta, baila y llegando al cierre de la función se entrega a una dramatismo cercano a la tragedia.

Madame Sabo Cabaret es un reconfortante- y doloroso- unipersonal sobre la pasión, sobre la entrega a un amor y a una causa, y sobre el daño que el fanatismo-de ambos lados que se lo analice- no conduce a nada bueno. Una excelente velada teatral.