Misterios y laberintos

Por Rómulo Berruti

Mi vanidad y mi nostalgia han armado una escena imposible. Así será (me digo) pero mañana yo también habré muerto y se confundirán nuestros tiempos y la cronología se perderá en un orbe de símbolos (...)

Mi vanidad y mi nostalgia han armado una escena imposible. Así será (me digo) pero mañana yo también habré muerto y se confundirán nuestros tiempos y la cronología se perderá en un orbe de símbolos y de algún modo será justo afirmar que yo le he traído este libro y que usted lo ha aceptado.
La célebre dedicatoria a Leopoldo Lugones que abre El hacedor de Borges sirve para develar las secretas intenciones de Mario Diament en su obra Cita a ciegas. Porque aunque nunca se lo mencione, es Borges ese escritor ciego sentado en un banco de plaza y convertido en el centro de una telaraña compleja y angustiosa. Hasta él llegan personas que entrecruzan pasiones, abandonos, traiciones y esperanzas. El hombre, la muchacha, la psicóloga y la mujer confluyen en el ciego. Testigo y confesor sin desearlo, comprobará que después de todo no resulta tan disparatado que circunstancias humanas reales terminen edificando una vasta literatura. Estas personas, unidas por matrimonio, amor o interés confluyen en un mismo punto, pero no lo saben. Cada uno vive con intensidad su propia historia, se mueve en su pequeña baldosa. Pero todos son piezas de un ajedrez misterioso cuyo desarrollo y remate no nos es dado conocer. El autor exhibe su maestría para construír el juego y también propicia el disfrute de un texto de alta calidad literaria. Con astucia, no ensombrece el dolor ni frivoliza el humor, pero ambos elementos se unen para dar andamiaje al relato que ha sabido urdir. Nos apena la candidez del ejecutivo enamorado y nos asusta un poco el cinismo de la chica que se aprovecha de él, pero también nos reímos con la zozobra de la terapeuta y la frustación de la mujer que es su paciente.
Cita a ciegas recupera los valores del teatro psicológico pero para mirarlo con ironía y piedad. Por eso el catalizador es un no vidente que hizo del oficio de escribir un arte inimitable. Lo único que lesiona un poco este trabajo de Diament es la duración, que debió ser menor y un pequeño crujido de construcción: cuando el escritor sale de escena el edificio tiende a tambalear. Carlos Ianni dirigió este material con mano firme, muy cómodo en un género y estilo que tienen que ver con sus elecciones: La secreta obcenidad de cada día o Monogamia son muestras nítidas. Y las interpretaciones colaboran para el logro de buenos resultados. Víctor Hugo Vieyra asumió un desafío serio en el ciego, que compuso sin exagerar el efecto de ojos muertos y sin incurrir en una imitación de Borges. Ernesto Claudio trasmite todo lo vacilante de su personalidad ante el temible paso que dará y la siempre excelente Ana Yovino nos permite adelantarnos al abismo que lo espera. Beatriz Dellacasa tiene momentos notables en la psicóloga, con muchos matices de actuación que abren paso al sarcasmo, un fuerte de Diament también como periodista. Teresita Gallimany completa el elenco con trazos menos definidos. La escenografía de Guillermo de la Torre se reduce a unos ascéticos bancos que sirven para todo. Cita a ciegas es como un puzzle: nos obliga a seguir hasta el final. Y vale la pena. (Sala Orestes Caviglia del Cervantes).